Invitado de honor al Festival In-Edit Nescafé, el cineasta, músico y DJ británico rememora la revuelta cultural que sacudió al mundo hace cuatro décadas y desliza críticas a la era digital. “Internet se llevó algo del misterio del planeta”, postula. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Noviembre del 2016)
La figura de Don Letts está ligada a una fotografía icónica. En 1976, Gran Bretaña vivía un pronunciado declive social y económico, y un ascenso de los movimientos de extrema derecha como el Frente Nacional, cuando el futuro cineasta se vio envuelto en los incidentes raciales del Carnaval de Notting Hill (Londres). Aquí, sin darse cuenta, fue inmortalizado mientras caminaba desafiante en dirección a una fila de policías blancos. Años después, la imagen fue elegida como la portada del disco compilatorio “Black Market Clash” de The Clash. Hoy, sin embargo, Letts admite que el momento fue mucho menos épico de lo que sugiere la imagen.
“Hay una máxima que dice que la cámara nunca miente. Pues esta fotografía es una prueba de que la cámara miente bastante a menudo”, cuenta, al teléfono, desde su casa en Londres. “Aquí voy a destruir mi propia mitología: lo que la imagen no muestra es que, a mis espaldas, hay miles de negros con ladrillos y botellas, listos para lanzarlos y los disturbios están a punto de comenzar. Y, extrañamente, lo que estoy haciendo es salir del camino. ¡Eso es lo que, de verdad, está ocurriendo! Por delante, había una fila de policías blancos. Atrás, una fila de negros enardecidos. Y pensé: ‘bueno, mejor salgo de aquí’”.
Con sus inconfundibles dreadlocks, Letts tuvo la virtud de estar en el lugar correcto y en el momento exacto. Hace cuatro décadas, tomó una cámara para documentar de primera fuente el estallido del punk, una de las revoluciones culturales más importantes del siglo XX. Cercano a figuras como John Lydon, Letts empezó a filmar conciertos de los Sex Pistols, The Clash y Siouxsie and the Banshees, entre otros, y dejó su primera marca con “The Punk Rock Movie” (1978), un crudo documental que registra los inicios del movimiento en el Reino Unido. Este fue el inicio de una prolífica carrera que hoy acumula una veintena de filmes, otros tantos videoclips y un premio Grammy por su documental “The Clash: Westway to the world” (2000).
Además de su trabajo como cineasta y músico (en los 80, fue integrante de Big Audio Dynamite, el grupo liderado por Mick Jones), Letts quedó en la historia por ser el DJ titular de The Roxy, el primer club punk de Londres. Como su especialidad era pinchar discos de dub y reggae, su aporte fue capital para consolidar el cruce entre la música jamaiquina y el rock británico de la época. Esta influencia se puede apreciar en discos de The Clash, The Slits —banda de la cual fue manager— y, posteriormente, en Public Image Ltd, el grupo que John Lydon formó tras del fin de los Sex Pistols. “Tanto el punk como el reggae eran movimientos marginados a nivel social. Éramos rebeldes con gustos afines y muy anti-establishment”, dice. “No había ninguna similitud a nivel musical; el parecido estaba en el espíritu y la actitud”.
Esta semana, Letts será uno de los invitados estelares de la décimotercera versión local del Festival In-Edit Nescafé que conmemora los 40 años del punk. En el evento se exhibirán cuatro de sus documentales (además del filme de The Clash, se suman “Punk: attitude”, “Carnival!” y “Rock’n’roll exposed: The photography of Bob Gruen”) y también “Superstonic sound: the rebel dread”, un filme donde usa su propia voz para relatar, a través de su historia familiar, el vínculo entre Jamaica y la música inglesa. “Mi primera y única visita a Chile fue con Franz Ferdinand para el tour que hicieron con U2 (en febrero del 2006)”, cuenta. “Tenía tanto trabajo que no pude conocer mucho. Espero que ahora sea distinto”.
Según Letts, la música fue la fuente de aprendizaje que forjó la persona que es hoy. El primer punto de quiebre ocurrió a comienzos de los 70, cuando vio “The harder they come”, la célebre película jamaiquina que “presentó” el reggae al mundo, justo en un período donde trataba de encontrar pistas acerca de su propia identidad. “Me inspiró mucho y pensé: ‘me gustaría poder expresarme visualmente’. Pero, a la edad de 14 años, esta era una idea ridícula para un hombre negro en un país como Inglaterra”, recuerda. “Cuatro o cinco años después, el punk irrumpió en la escena con todo el ethos del ‘hazlo tú mismo’. A mi alrededor, todos mis amigos estaban cogiendo guitarras, entre ellos, Johnny Rotten y Joe Strummer, y dije: ‘mierda, tengo que elegir algo’. Y lo que escogí fue una cámara Súper 8. Y, literalmente, me reinventé como ‘Don Letts, el cineasta’”.
—Han pasado 40 años y la gente sigue hablando del punk. ¿Por qué?
“Una de las razones es porque era una subcultura muy completa. Era una banda sonora, pero también había cineastas punk, fotógrafos, poetas, periodistas, diseñadores de vestuario y artistas gráficos. (En las últimas cuatro décadas) un montón de otras cosas pasaron en Inglaterra y, muchas de ellas, estaban influenciadas por el espíritu y la actitud punk. Pero no hubo nada tan completo como aquello”.
El sonido y la furia
Hijo de inmigrantes jamaiquinos que llegaron a Inglaterra con la misión de “reconstruir el país” tras la Segunda Guerra Mundial, Letts recuerda su infancia en Londres como una etapa llena de tensiones raciales. El primer llamado de alerta fue a los doce años, cuando escuchó “Los ríos de sangre”, un enardecido discurso del político conservador Enoch Powell, que abogaba por detener la inmigración en el país y anunciaba “ríos de sangre” debido a una futura guerra racial. El discurso polarizó al país entero y, de un día para otro, Letts dejó de ser el niño que jugaba con sus amigos blancos en el patio del colegio. Se convirtió en “el negro bastardo”.
“Nuestros padres tenían malos trabajos, recibían poco dinero y eran muy maltratados. Yo nací en 1956 y, cuando mi generación creció, pudimos darnos cuenta de que los estaban jodiendo”, relata. “Nosotros estábamos informados por el rock n’ roll, había un movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos en 1968, veíamos a gente como los Panteras Negras, James Brown cantaba “Say it loud, I’m black and I’m proud” (‘Dilo fuerte, soy negro y estoy orgulloso’). Estaba todo este activismo político en la música, sin mencionar los mensajes que recibíamos desde Jamaica. Todas estas cosas nos convirtieron en personas muy distintas a nuestros padres. Estábamos enojados, mucho mejor informados que ellos y también preparados para hacer algo al respecto”.
En 1972, un joven Letts conoció a Malcom McLaren y Vivienne Westwood, dos artistas visuales que tenían una tienda de ropa en King’s Road, Chelsea. Letts era un adolescente obsesionado con la contracultura y tanto McLaren como Westwood eran muy distintos a todo lo que se veía en el Londres de la época. “La tienda era como la cueva de Aladino de una subcultura eurocéntrica”, cuenta. “Yo era un adolescente muy curioso y fue McLaren quien me hizo entender que estas ideas contraculturales y actitudes que tanto me interesaban no ocurrían de forma aislada. Tenían un linaje y una tradición. Y, más importante que eso, me hizo darme cuenta que, si yo era lo suficientemente valiente, y tenía una buena idea, tal vez podía ser parte de esta tradición. Él me hizo entender la actitud punk, man”.
Entre 1975 y 1978, Letts fue el manager de Acme Attractions, una boutique que se convirtió en el centro del universo punk londinense. Todo aquel que era “alguien” en el mundo de la música —desde Deborah Harry y Patti Smith hasta Bob Marley— pasaba por sus dependencias. “Uno de los motivos principales que atraía a la gente era que ponía música jamaiquina, dub y reggae, todo el día. Era un lugar estupendo, más que una tienda, era un club donde se reunían todas estas personas insatisfechas con lo que pasaba en el mainstream”, dice. “Era una juventud desafectada que buscaba un lugar para pasar el rato y congregarse y eso proveyó una función social muy valiosa. Curiosamente, eso es algo que se ha extraviado en el siglo XXI y la era digital. La experiencia colectiva es muy importante, más que nunca”.
—¿Qué pensaba Bob Marley acerca de los punks?
“En 1977, Bob vivía en Londres y a la vuelta de la esquina de mi tienda en Chelsea. Nos hicimos muy amigos. Un día fui a su apartamento vestido con ropas punk. Bob me vio, se empezó a reír y me dijo: ‘Don Letts, pareces uno de esos estúpidos rockeros punk’. Bob había leído acerca del punk en la prensa y los tabloides habían pintado una idea muy negativa de lo que era el movimiento. Ellos decían que era muy nihilista y negativo, lo que era una basura. Como esta era su primera aproximación al tema, Bob empezó a burlarse, yo me enojé, le dije que estaba equivocado y me fui de la casa. Tres meses después, supongo que se informó un poco más acerca de la escena punk y escribió una canción llamada ‘Punky reggae party’. Creo que el que rió último fui yo (risas)”.
El espíritu perdido
A pesar de que el escenario actual (racismo, recesión económica, ascenso de la derecha) tiene muchos elementos en común con la Inglaterra de finales de los 70, Letts postula que la cultura occidental se ha vuelto cada vez más conservadora. “En Occidente se siente como si el punk nunca hubiese ocurrido, man. Pero soy optimista. El espíritu punk es como la ‘fuerza’ en la Guerra de las Galaxias: no puedes detenerla, solo tienes que buscarla en nuevos lugares”, dice. “Esta explosión creativa contracultural no empezó en los años 70. En mi filme ‘Punk: Attitude’ yo argumento que el nacimiento del movimiento hippie fue punk rock… y ni siquiera se trata solo de música. Es muy importante que la gente entienda que este espíritu puede impregnar cualquier cosa que tú hagas. Puedes ser un jodido político punk rock. Porque, ¿sabes qué? No sé si el mundo necesita más músicos”.
—¿Dónde están la contracultura y el espíritu punk hoy?
“Esa es una jodida buena pregunta. Yo te preguntaré esto: ¿por qué demonios la gente le pregunta a un viejo de 60 años dónde está la contracultura? No entiendo por qué alguien no me ha dicho eso a mí. El otro día hice una charla y una persona me dijo: ‘oh, usted suena como un viejo enojado’. Y yo dije: ‘tal vez eso es porque algunos jóvenes no están lo suficientemente enojados’. No sé cómo será en Chile, pero en Gran Bretaña, y en Occidente en general, estamos invadidos por esta cosa de la nostalgia. Seguimos mirando para atrás y volvemos al punk, que pasó hace 40 años. Ustedes tienen que hacerse esas preguntas: ¿por qué? ¿Por qué han pasado cuatro generaciones y no ha emergido nada que se robe algo del trueno del punk? ¿Dónde está ese espíritu?”.
—Al igual que la mayoría de sus compañeros de ruta, cuando usted empezó como cineasta, no tenía dinero. ¿Hay un requisito básico para la creatividad?
“Mierda, no soy tan inteligente, pero diría esto: un montón de la creatividad de finales de los 70 surgió por lo poco que teníamos y no por lo mucho que teníamos. Es gracioso porque la tecnología ha puesto los medios de producción en las manos de las personas pero, a la larga, siempre vas a necesitar una buena idea. Internet abrió muchas posibilidades pero se ha llevado algo del misterio del planeta. Cuando nosotros descubríamos cosas que nos inspiraban, tenías que esforzarte un montón. Había un poco de dolor y lucha en el proceso. La era digital ha removido el dolor y la lucha y esa es una parte muy importante del proceso creativo”.
“Sid Vicious es un desperdicio de vida”
“Lo conocí cuando todavía no se hacía llamar Sid Vicious, sino John Beverly. No era el tipo más brillante de la clase, ¿sabes? Era un tontorrón adorable. Él se integró a los Pistols y ocurrieron tres cosas malas: los medios, Nancy Spungen y la heroína. Y, básicamente, él cambió, igual que el doctor Jekyll y el señor Hyde. Syd es una tragedia, un desperdicio de vida y no es algo inspirador. Se convirtió en el póster de la generación punk pero, desafortunadamente, empezó a creerse su propio hype”.
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