A finales de los 60, Pauline Butcher dejó un empleo rutinario en Londres para ser la secretaria del gurú de la contracultura californiana. Cinco décadas después, rememora aquel período con un libro que revela luces y sombras de la personalidad del músico. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Diciembre del 2016)
El 16 de agosto de 1967, Pauline Butcher trabajaba en una imprenta de Dover Street, en Londres, cuando recibió un llamado telefónico que cambiaría su vida: un cliente llamado Frank Zappa requería los servicios de una mecanógrafa en el hotel Royal Garden. Cuando llegó a la habitación, se encontró con un tipo de pelo largo, rostro alargado y bigote espeso, rodeado de gente repartida en las sillas y sofás de rayas naranjas. “¿Quién es usted? ¿Es famoso?” le espetó. “En Londres, no mucho”, respondió el cantante.
Aquella tarde, Butcher escuchó por primera vez la música de Zappa y transcribió algunas letras de sus canciones. Fue el inicio de una larga amistad: pocos meses después, se reencontraron en Estados Unidos y Zappa le propuso que fuese su secretaria en California, para trabajar con él en la redacción de un ensayo político. “La parte crucial de Frank que me inspiraba y atraía era su disposición a escuchar lo que yo tenía que decir y debatir conmigo», cuenta a «El Mercurio«. «Es difícil describir cuán revolucionario fue, porque yo era una mera secretaria y él era un gurú con un gigantesco número de seguidores, que me escuchaba y parecía valorar mi consejo”.
En 1968, y con apenas 21 años, Pauline dejó su rutinario trabajo de oficina en la capital inglesa para llegar a una destartalada cabaña de madera en Laurel Canyon, donde vivían Zappa, su mujer Gail Sloatman, su hija Moon y una corte de personajes estrafalarios. Entre ellos, algunos miembros de su banda, The Mothers of Invention, y PamZ, la groupie secretamente enamorada del cantante. Además, la casa recibía un alto tráfico de admiradores que se acercaban en procesión a ver al “líder de los friquis”: entre los ilustres, destacaban Mick Jagger y Marianne Faithfull, George Harrison, un Rod Stewart pasado de copas y Eric Clapton.
Ese singular período de su vida es el que Butcher relata en “¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa” (Ediciones Mal Paso), el libro que compila los cuatro años en los que formó parte del círculo íntimo de uno de los creadores más iconoclastas y excéntricos de las últimas décadas. Para reconstruir los diálogos del libro, Butcher se apoyó en las cartas que ella misma escribía a su familia. Estas correspondencias, donde contaba sus experiencias en California con lujo de detalles, fueron guardadas por su madre, en una caja de zapatos, por 40 años.
“Me decepciona no haber escrito cómo, por ejemplo, Captain Beefheart y Frank escuchaban discos de blues. Lo tengo en mi diario, pero no lo detallo en el libro, porque no había forma de que pudiese recrear la forma particular en que ellos hablaban el uno con el otro”, admite. “Otras partes del diálogo con PamZ dan bastante en el clavo, porque ella me asustó tanto con lo que me dijo, que no había forma de que pudiese olvidarlo. Por ejemplo, cuando me dijo que debía hacer que Frank se enamorara de mí y quitárselo a Gail. Ese tipo de cosas eran fáciles (de recordar)”.
—¿Usted estaba enamorada de Zappa?
“Creo que lo estaba, de una u otra forma. Fue difícil para mí encontrar a otra persona atractiva y me tomó casi un año, después de estar viviendo separada de Frank y Gail, conseguir un novio. Él me removía de muchas maneras. ¿Cómo no podías estarlo con un hombre tan enigmático? Sin embargo, eso no me impidió ver las deficiencias en su comportamiento y sus ideas. Yo retuve eso y, todavía, lo hago”.
Derribando el mito
Criada bajo los rígidos valores morales de su madre, Butcher era la décima de once hermanos y, según su propia descripción, era la «obediente y formal» de una familia inglesa de clase media. Cansada de una vida monótona y de vivir en la casa de sus padres, arribó a una California que acababa de ser el epicentro del «verano del amor». Y, de inmediato, se dio cuenta de las diferencias con su país de origen. «Una vez, Noel Redding —bajista de la Jimi Hendrix Experience— expresó su asombro cuando Pamela Miller (alias Des Barres, una de las groupies célebres de la época), se quitó la ropa con un entusiasmo desinhibido en la piscina. No puedo imaginar una chica inglesa haciendo eso en 1968″, señala. «Yo diría que Hollywood, si no Los Ángeles, tenía un cariz mucho más libre».
A pesar del vínculo de las estrellas de rock con los excesos, Butcher describe a Zappa como un hombre “conservador”. Entre sus estrictas medidas, le tenía prohibido a sus músicos consumir drogas. “Como alguna vez dijo PamZ, y creo que es verdad, Frank prefería vestir un traje, una polera y cortar su cabello, algo que hizo en los 80 cuando, finalmente, abandonó el rock n’ roll. La imagen que cultivaba era, simplemente, para ser reconocido por el resto”, dice. “Era conservador en su actitud hacia Gail. Él podía tener una mujer en cada ciudad, (pero) ella no tenía permitido guiñarle un ojo a ningún hombre. Era conservador en su punto de vista político. Aborrecía la acción revolucionaria y animaba a todos a votar y utilizar las urnas para implementar el cambio en el país. Era anti-sindicatos en muchos aspectos, aunque no del todo, pero aborrecía sus prácticas extremas».
En su libro, Butcher retrata a Zappa como un genio creativo de luces y sombras. Por un lado, estaba el trabajador lúcido e incansable, que pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su cuarto, escribiendo obras fundamentales como «Hot rats» (1970), y que balanceaba el caos permanente de la casa con una habilidad innata para tomar decisiones sabias. Por el otro, convivía en él un megalómano que se planteaba ser presidente de Estados Unidos, a pesar de no tener idea de política, un crítico del feminismo y un jefe tacaño que se aprovechaba del débil carácter de sus músicos. Obsesionado con el sexo, Zappa le era infiel a su esposa. Sin embargo, Butcher rechazó todas sus propuestas para tener relaciones.
“Él era muy atractivo para mí y, si no hubiese estado casado, no tengo dudas que me hubiese involucrado sexualmente con él. Pero yo era muy recta y estricta con los hombres casados y me había enseñado a mí misma, después de que mi hermana tuviese una relación terrible con un hombre casado, que nunca me iba a meter con alguien comprometido”, afirma Butcher. «Frank siempre decía que, junto a la música, la lujuria era la fuerza dominante en su vida y no andaba con rodeos frente a eso. Él absorbió las enseñanzas de Aleister Crowley: ‘la tensión entre el hombre y la mujer es fundamental para la existencia humana’”.
—¿Se decepcionó de Zappa y su visión acerca de las mujeres?
“Me sentí muy mal por Gail cuando él trajo otra mujer a la relación. Sentí que la trató muy mal. Tampoco me gustaban muchas de sus canciones y su actitud hacia las mujeres. ‘Crew slut’, por ejemplo. Todavía me resulta difícil conciliar esos dos lados de Frank. Se me hizo aún más imposible cuando autopublicó su libro, ‘Them or us’, que está lleno de encuentros sexuales vulgares. Y él escribió esto a finales de los 80, cuando estaba pensando postularse a la presidencia. No puedo imaginar lo que estaba pensando”.
El Cuervo
De manera tangencial, «¡Alucina!…» también es una crónica del fin de los 60, una época en la que parecía posible cambiar la sociedad. En un pasaje del libro, Butcher describe su experiencia con «El Cuervo», un hombre que, tras irrumpir en la casa, apuntó al corazón de Zappa con un revólver de acero azul. Apelando a su carisma y sangre fría, el músico logró convencer al desconocido para que guardara la pistola en el bolsillo y, luego, lo instó a lanzarla al fondo de las aguas turbias de la charca ubicada a un costado de la casa. Meses después, y apenas a ocho kilómetros de la casa, la familia Manson cometía sus horrendos crímenes que terminarían con la vida de siete personas, entre ellas, la actriz Sharon Tate.
“Antes de los asesinatos de Manson, Laurel Canyon era un lugar fácil y feliz, donde cualquiera podía ser saltar al auto de un desconocido y sentir que estaba en un lugar seguro”, recuerda. “Creo que (el incidente de ‘El Cuervo’) nos dejó a todos con una sensación de horror pero, al mismo tiempo, con la garantía de Frank de que este se trataba de algún tipo de encuentro bizarro que él podía controlar. El verdadero miedo se apoderó de nosotros después, cuando se consumó lo que había ocurrido. Estuvimos todos muy temerosos en la casa durante los días siguientes y, finalmente, se fijaron cerraduras en todas las puertas”.
En 1971, aquejada de un problema en su oído, Butcher prefirió quedarse en Inglaterra antes de volver a Estados Unidos para trabajar con Zappa. Estudió en la Universidad de Cambridge, donde conoció a su esposo, y vivieron por siete años en Escocia. Durante ese tiempo, nunca mencionó el nombre del músico, cansada de que la gente quisiera conocerla debido a esa conexión. «Dediqué los siguientes veinte años de mi vida a criar a mi hijo y a enseñar psicología», cuenta. «Siempre quise ser una escritora y Frank me había estimulado a escribir sobre mis experiencias en la cabaña, pero nunca pude hacerlo. Cuando mi hijo entró a la universidad, yo ya había renunciado a la docencia y me di cuenta de que no tenía más excusas».
—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
«1988. Lo entrevisté en abril de ese año, durante su tour final en Londres. Él tosió durante toda la conversación y lucía muy cansado. Por supuesto, yo no sabía que él estaba enfermo (nota de la redacción: Zappa murió de cáncer de próstata, en 1993, y la entrevista está en YouTube). ¿Si hay alguien que lo iguale? No creo que alguien pueda emular el carisma de Frank. Era totalmente convincente y único. Una vez vi a Roger Daltrey, de The Who, y encontré que, en comparación a Frank, sus comentarios entre las canciones eran banales y de aficionados. Sobre el escenario, él era un maestro».