Kathrine Switzer, la primera mujer en correr oficialmente un maratón: «El running es un gran ejemplo de igualdad»

En 1967, esta atleta estadounidense cambió la historia del deporte mundial al ser la primera mujer inscrita en la tradicional prueba de Boston, donde fue víctima de una agresión en plena competencia. Transformada en ícono del feminismo, hoy reflexiona sobre su incansable lucha por la participación de las mujeres en las pistas. Guillermo Tupper.

(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Abril del 2019)

A mediados de diciembre del 1966, y mientras trotaban bajo una feroz tormenta de nieve, Kathrine Switzer tuvo una fuerte discusión con su veterano entrenador, Arnie Briggs. Por aquel entonces, Switzer tenía 19 años, estudiaba periodismo deportivo en la Universidad de Siracusa, Nueva York, y, como la institución no tenía disciplinas deportivas para mujeres, ella practicaba de manera no oficial con el equipo masculino de atletismo. Briggs, que laboraba como repartidor de correos en la universidad, solía contarle historias de las 15 maratones de Boston en las que él había participado. «Esa noche lo interrumpí y le dije: «Oh, dejemos de hablar del maratón y corramos la maldita carrera», cuenta.

La réplica de Briggs fue inmediata: «Es imposible para una mujer correr el maratón de Boston». Por aquel entonces, la carrera más tradicional de Estados Unidos -creada en 1897, un año después del inicio de los Juegos Olímpicos modernos- era un reducto exclusivo de hombres, ya que se asumía que las mujeres eran «físicamente incapaces» de atravesar una distancia de 42 kilómetros. Ante la furia de Switzer, su entrenador le propuso un trato: si ella le demostraba que podía completar ese recorrido, él mismo la llevaría a Boston. «Un día, en un entrenamiento, corrimos no 42 sino 50 kilómetros y, cuando terminamos, él se desmayó», cuenta. «Se convenció tanto de las capacidades de la mujer que, al día siguiente, me dijo: ‘Tienes que inscribirte'».

El 19 de abril de 1967, Switzer grabó su nombre en la historia al ser la primera mujer en correr con un dorsal en Boston. En una época marcada por el sexismo y la misoginia en el deporte, cruzó la meta en 4 horas y 20 minutos y con sus pies ensangrentados debido a las ampollas. En la misma prueba fue protagonista de un episodio que cambió su vida: pasado el kilómetro 3, fue embestida por Jock Semple, comisario del maratón, quien, furioso al advertir la presencia de una fémina entre los 741 participantes, bajó súbitamente de su vehículo para expulsarla en el acto y quitarle su número de competidora, el 261. El ataque fue repelido por Big Tom Miller, novio de Switzer, quien empujó a Semple fuera de la calzada y dio origen a una secuencia fotográfica que fue elegida por la revista Time como «una de las 100 fotos que cambiaron el mundo».

A partir de entonces, Switzer se convirtió en un ícono del feminismo y un símbolo por la lucha por la igualdad de las mujeres en el deporte. En 1974 ganó la Maratón de Nueva York y, durante 20 años, fue la artífice del Circuito Internacional Avon -con 400 carreras en 27 países para más de un millón de mujeres- que pavimentó la ruta para que el maratón femenino fuera aceptado como deporte olímpico. Actualmente, dirige 261 Fearless, una organización sin fines de lucro con presencia en nueve países y que promueve la creación de clubes de running para mujeres. «Hemos viajado por el mundo y espero ir a Chile algún día», señala.

-¿Cuándo reparó en la importancia de lo que había hecho?

«En la medianoche del mismo día de la carrera. Hasta ese momento, solo pensaba en que era una cosa extraña que había ocurrido. Pero, en el viaje de regreso, (con mi equipo) hicimos una parada en un restaurante y la historia (del incidente) estaba en todos los diarios. Me di cuenta de que esto iba a ser algo que iba a cambiar los deportes de mujeres, pero no sabía cómo, y también que iba dedicar gran parte de mi vida a cambiar el sistema».

Corre, Kathrine, corre

Switzer tenía 12 años cuando empezó a correr: el principal mentor fue su padre, quien la animó a trotar 1,6 kilómetros diarios para ingresar al equipo de hockey césped de su colegio. «El running hizo que no tuviera miedo», dice. «(En esa época) la gente se alteraba mucho con las mujeres que hacían cualquier cosa que implicara un gran esfuerzo: no se veía femenino y decían que era peligroso, porque eran más pequeñas, débiles y frágiles. O que, tal vez, nunca podrían tener hijos. Todos eran mitos porque, de hecho, tener hijos es un proceso atlético muy complejo (sonríe)».

La insistencia de Briggs por registrarla oficialmente en Boston fue crucial: el año anterior, la estadounidense Roberta «Bobbi» Gibb había saltado desde unos arbustos para colarse en el pelotón de corredores y terminar la carrera. Sin embargo, Switzer fue la primera en hacerlo con nombre y dorsal. «Yo pensaba que iba en contra de las reglas, pero, en el formulario de ingreso, no había nada referente al género», relata. «Me registré como K.V. Switzer y pensaron que era un hombre. Pero no lo hice para engañar a nadie: quería ser una escritora y admiraba a autores como J.D. Salinger, así que pensaba que firmar con mis iniciales era una forma literaria y cool de hacerlo».

Aquel mediodía, Switzer llegó al punto de partida maquillada con lápiz labial y delineador de ojos. Acompañada de su pequeño equipo -entre los que figuraban Briggs y su novio, Tom, un exjugador de fútbol americano-, la estudiante de 20 años recibió los saludos de los sorprendidos participantes masculinos. Pero, al poco andar, y luego de ser «descubierta» por los fotógrafos, escuchó el sonido de unos zapatos de cuero a sus espaldas. «(Semple) me tomó del hombro y gritó: ‘Lárgate de mi carrera y dame esos números'», relata. «Yo no podía deshacerme de él y mi novio lo golpeó y derribó. Mi entrenador estaba furioso, todo el mundo gritaba a mi alrededor y la prensa, que iba en un camión al lado, fue muy agresiva. Ahí fue cuando tomé la decisión más importante: por más aterrorizada que estaba, dije que, no importaba cómo, pero iba a terminar la carrera. Si no lo hacía, nadie iba a creer que las mujeres podían hacerlo».

Cuando cruzó la meta, Switzer no recibió aplausos y era esperada por una horda de reporteros que la acosaron con preguntas («¿por qué lo hizo?»; «¿es usted una sufragista?»). El propio Semple la descalificó de la carrera y luego la expulsó de la Unión Atlética Amateur, el cuerpo deportivo gubernamental, por una serie de razones, entre ellas, correr con hombres. Sin embargo, el respaldo a su acción fue mayoritario. «La mayoría de los periodistas fueron positivos conmigo y lo mismo otras mujeres corredoras. Me invitaron a un montón de carreras. Y recibí más cartas de apoyo que de odio», recuerda.

-¿Semple se disculpó con usted?

«No, nunca se disculpó, pero nos hicimos mejores amigos (risas). Tomó 5 años para que las mujeres fueran oficialmente aceptadas en la maratón de Boston. Él estaba muy enojado con eso y dijo: ‘Si las mujeres van a participar en mi carrera, van a tener que batirse en la clasificación con los hombres’. Lo hicimos y quedó impresionado. Al año siguiente, vino a la línea de partida y me agarró del brazo. Pensé que me iba a golpear pero, en vez de eso, me dio un gran beso en la mejilla. La foto dio la vuelta al mundo, los tiempos estaban cambiando. Estuve con él pocas horas antes de que muriera en un hospital y tuvimos una buena conversación. Él solo era un producto de su época».

Runner a los 70

En 2017, Switzer marcó otro hito: en el aniversario 50 de su hazaña en Boston, y con 70 años a cuestas, volvió a correr dicho maratón y marcó un tiempo de 4:44:31, apenas 24 minutos más lento que a los 20 años. Si en 1967 había sido la única inscrita en la competencia, esta vez lo hizo junto a más de 13.600 mujeres. No fue lo único: tal como ocurre con los grandes basquetbolistas, su número, el 261, el mismo que se convirtió en un número de culto para las feministas y que Switzer comprueba a diario al recibir fotos de mujeres que se lo tatúan, fue retirado como homenaje a su trayectoria.

«¿Sabes? Ese fue el día más feliz de mi vida», dice. «Fue la carrera más fácil de todas: paré 13 veces, hice 8 entrevistas, abracé a niñas pequeñas en el camino y miles de personas me gritaban ‘¡vamos Kathrine!’ o ‘¡igualdad para las mujeres!’. En la línea de meta pasaron dos cosas increíbles: la primera mujer presidente de la Asociación de Atletismo de Boston en 135 años me esperaba para entregarme una medalla; y mi esposo, Roger, que es el gran amor de mi vida, me recibió con un beso. ¡Fue un sueño! Es uno de esos momentos donde miras hacia el cielo y dices: ‘Ok, Dios, puedes llevarme ahora, estoy lista para irme'».

-¿Qué otras áreas deben ser conquistadas por las mujeres?

«El running es un gran ejemplo de igualdad, inclusión y diversidad, porque no nos importa el género, raza, religión o edad. Todos corremos juntos y eso ahora se está desbordando a otras áreas de la vida. En mi época, todos los deportes se basaban en velocidad, potencia y fuerza, y las mujeres asumían que eran inferiores físicamente. No ha sido hasta muy recientemente que descubrimos que, por ejemplo, las mujeres pueden correr distancias muy largas, tienen más balance y estamina y son extraordinarias en gimnasia y yoga. En Estados Unidos, hoy corren más mujeres que hombres -con 58% de participación- y no lo hacen para ser atletas olímpicas; lo hacen porque las hace sentir empoderadas».

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