Pobres de tiempo: la nueva desigualdad que afecta a los chilenos

Un documental narra cómo la sociedad camina hacia un colapso generalizado debido a la falta de horas disponibles para el ocio. En Chile se trata de un problema extendido: un 9,8% de la población labora más de 12 horas al día, lo que sube a un 26% si se consideran los traslados al trabajo. ¿Qué medidas se requieren para atacar este tema de salud pública?

(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Julio del 2018)

Hace algunos años, la directora y guionista alemana Cosima Dannoritzer compró unos pasajes en avión por internet. Para eso, hizo el mismo proceso que cualquier persona: buscó su vuelo, adquirió el ticket, imprimió la tarjeta de embarque y facturó su maleta en el aeropuerto. Sin embargo, al final se encontró con que le habían añadido un cobro, lo que disparó sus cuestionamientos. «Me pregunté: ‘¿quién ha hecho parte de este trabajo?’ Me cobran por algo que hice yo», relata a «El Mercurio«. «Muchas veces nos encontramos solos en frente de una máquina y tenemos que hacer un paso en la cadena de producción donde antes había una persona remunerada. Y ahora lo hago yo, gratis, y me cuesta tiempo y energía».

Cuando profundizó en el tema, la directora se encontró con el concepto de «trabajador parcial«: este se maneja en la literatura de gestión empresarial desde hace medio siglo y contempla la inversión de tiempo «gratuita» de los usuarios en tareas que antes hacían las compañías. Dannoritzer vio que esta práctica se repetía en sitios como los supermercados, donde el consumidor debe pesar la fruta y pagar en un cajero; en las tiendas de muebles que le dejan al usuario la tarea de armar una repisa; o en algunos restaurantes que entregan los ingredientes para que el cliente arme su plato. «La empresa solo lleva la producción a un cierto punto, luego debo yo continuar el trabajo y acabarlo», dice. «Son cinco minutos ahí, 10 minutos por acá, pero esto se va sumando y uno de los problemas es que está costando puestos de trabajo».

La escasez de tiempo como un nuevo tipo de pobreza es el tema central que cruza «Ladrones de tiempo» (Polar Star Films, 2018), un documental en el que Dannoritzer narra cómo este bien escaso se convirtió en la principal moneda de cambio de la actualidad. En el filme, la realizadora se interna en distintos países desarrollados para encontrar casos de trabajadores que viven presos de un rendimiento sin pausas y son despojados de su tiempo hasta límites extremos: en una fábrica de despiece de pollos en Estados Unidos, por ejemplo, las pausas de los empleados para ir al baño están restringidas, porque los gerentes lo ven como una pérdida de tiempo y ganancia. O en Japón, 10 mil personas fallecen al año a causa del karoshi, la muerte provocada por el exceso de trabajo.

Además de advertir sobre el progresivo aumento del burnout -o síndrome de desgaste profesional, provocado por la sobreadaptación al exceso de trabajo-, Dannoritzer apunta a la influencia de la tecnología en nuestra incapacidad de desconectarnos. Entre los mayores ladrones de tiempo se encuentran las redes sociales, a las que, según la directora, dedicamos «un promedio de cuatro horas diarias». Y, luego, agrega una categoría que ella misma define como los ladrones de tiempo falsos. «Como nos han puesto el chip de eficiencia en la cabeza pensamos: ¿es un ladrón de tiempo si hablo con colegas que no tienen los contactos que busco? ¿O si salgo con amigos? ¿O si hago deporte? Algunas personas empiezan a acortar sus horas de sueño. Ahí hay que ir con cuidado, porque no somos máquinas y también necesitamos ‘tiempo perdido’. El ser humano es más creativo si, de vez en cuando, hay pausas».

Un nuevo tipo de pobreza

En 1977, la autora Clair Vickery publicó «La pobreza de tiempo: una nueva mirada a la pobreza«, una investigación que argumentó que el mínimo nivel de consumo para no caer bajo la línea de pobreza requería tanto de ingreso como de producción doméstica. Para construir su índice, Vickery señaló que los miembros de un hogar requieren de un tiempo mínimo para mantenerse mental y físicamente sanos y un tiempo libre de 10 horas a la semana. Fue uno de los primeros modelos en darle una nueva dimensión a las mediciones de pobreza, centradas únicamente en el ingreso y gasto, y que sumó el tiempo como una medida para identificar y describir los niveles de bienestar.

A pesar de que algunos difieren en sus métodos, los expertos suelen hablar de pobreza de tiempo cuando las personas laboran más de 12 horas al día, considerando el trabajo no remunerado. «Tendemos a ver la pobreza de tiempo como una marca de éxito. ¿Por qué? La ocupación es adictiva y esto, combinado con un mercado de empleo competitivo y el crecimiento económico, alimenta una cultura de trabajo en la que enviar correos electrónicos a las 3:00 AM se considera una marca de compromiso esencial», señala la experta Catherine Blyth, autora del libro «A tiempo: Encontrar tu ritmo en un mundo adicto a la rapidez» (2017). «El problema es que, tan pronto como nos falta el tiempo, también entramos en una mentalidad de escasez y nos resulta más difícil invertir nuestras horas en las actividades no remuneradas que impulsan la felicidad, el bienestar y la productividad, como desconectar, estar con la familia y dormir. Inevitablemente, esto conduce a la desconexión, la depresión y el agotamiento».

En Chile, la pobreza de tiempo es un problema extendido. Según la investigación «Definiendo la pobreza desde una óptica de tiempo, el caso de Santiago de Chile» (2015), el 9,8% de la población de entre 18 y 65 años trabaja más de doce horas diarias. Sin embargo, si al indicador se agregan los traslados por conceptos de trabajo, la cifra se dispara al 26%. «Cuando uno mide pobreza de ingresos, el hogar completo es pobre. Lo que te puede mostrar la pobreza de tiempo es que existen diferencias al interior del hogar, como que las mujeres trabajan más», dice la economista Andrea Encalada, autora del estudio. «Y eso es un aporte para ponerle más sustancia al concepto de pobreza. Hoy sabemos que no solo es la falta de ingresos: ese es el elemento básico y principal, pero hay muchos otros factores».

La investigación de Encalada entrega más índices alarmantes: un 32% de la población capitalina de entre 18 y 65 años cuenta con menos de dos horas de tiempo libre al día y un 19% no tiene más de 9 horas para cubrir sus necesidades fisiológicas, lo cual puede derivar en problemas de salud, como por ejemplo, dormir menos del límite recomendado (8% de la población). «Los quintiles más bajos y el quintil más alto tienen los mayores índices de pobreza de tiempo», añade la economista. «En los quintiles más pobres, el trabajo no remunerado es realizado por los integrantes del hogar; y en las familias de mayores ingresos se trabaja más horas de manera remunerada, pero el trabajo doméstico y el cuidado de las personas del hogar se contrata».

Los efectos nocivos de este ritmo acelerado son múltiples: estos pueden ir desde alteraciones en los vínculos con otros hasta trastornos como la depresión y enfermedades derivadas del estrés. En su consulta, Daniela Carrasco -psicóloga y académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales – dice que 9 de cada 10 pacientes tienen como su queja más frecuente el cansancio y la falta de tiempo. «Una de las mayores incidencias que tiene en los fenómenos psicosomáticos es que el estrés que se mantiene por años, de alguna manera, pasa la cuenta, y como no hay espacio psíquico para poder procesarlo, se procesa en el cuerpo y este último se estresa a través de enfermedades», afirma. «La salud mental tiene que ver con cambios concretos en la sociedad que vivimos: no podemos seguir trabajando esta cantidad de horas».

El cambio de chip

En algunos países ya hay iniciativas para darle más espacio al tiempo libre. Una de las más mediáticas es la Reforma Horaria en Cataluña, promovida por el activista y ex diputado Fabián Mohedano, y que busca adelantar dos horas la actividad laboral y privada de la ciudadanía y adaptar progresivamente los hábitos horarios del resto del mundo. En esta región, la gente duerme un promedio de seis horas, desayuna al mediodía, almuerza a las 15:00, trabaja hasta pasadas las 19:00 y cena a las 22:00. «Concebimos el tiempo como una nueva medida de libertad», dice Mohedano. «Si compactamos las jornadas laborales habrá más margen para estar con los hijos, ir al gimnasio o implicarse en el asociacionismo».

¿Cómo atacar el problema en Chile? En marzo del año pasado, la bancada del Partido Comunista y la Izquierda Ciudadana ingresó a la Cámara un proyecto de ley que busca rebajar de 45 a 40 las horas semanales de trabajo. Creada por la diputada Camila Vallejo, la iniciativa toma como referentes a países como Holanda o Suecia, donde la fuerza laboral es similar a la chilena, trabajan 10 horas menos a la semana y tienen un PIB muy superior al nuestro.»Sabemos que las personas trabajan de mejor manera cuando están motivadas, cuando gozan de buena salud, de tiempo con la familia, cuando gozan de bienestar. Entonces lo que proponemos es 40 horas, pero es también que pensemos el trabajo de forma tal que las personas trabajen para vivir y no al revés», dice la diputada. «Los mismos trabajadores tienen ideas y propuestas para aplicar esta medida a su tipo de jornada y su tipo de trabajo, y la experiencia internacional nos indica que rebajar las horas laborales no afecta de manera negativa la productividad».

El tiempo libre también tiene una carga social y de género vinculada a la repartición de las tareas domésticas. Según la última Encuesta del Uso del Tiempo del INE (2015), en un día tipo, las mujeres chilenas destinan en promedio 5,89 horas al trabajo no remunerado, incluidas las labores domésticas y de cuidado de personas, mientras que los hombres colaboran menos de la mitad (2,74 horas). «Las labores deben ser compartidas y equilibradas, y eso debe ser un cambio cultural, pero también un cambio en las legislaciones», agrega Vallejo. «¿Por qué cuando los hijos se enferman el jardín llama a la mamá y ella debe ausentarse del trabajo? Eso es cultural, pero por otra parte, la sala cuna, el posnatal, todas las leyes que tienen que ver con el cuidado de los hijos, de las personas enfermas, deben favorecer que también los hombres cumplan esos roles».

Por último, Andrea Encalada agrega que el sistema de transporte juega un rol clave, ya que los largos desplazamientos que los ciudadanos hacen a sus lugares de trabajo pueden hasta triplicar los niveles de pobreza de tiempo. «Si las políticas públicas son aumentar la cobertura de las líneas de metro, hay que acercarlas a los sectores donde hay población de menores ingresos y conectarlas con los lugares de mayor densidad de trabajo; además, rediseñar algún tipo de sistema que te permita trabajar en tu comuna», concluye.

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