En Chile, los hinchas de los dos colosos argentinos siguen a su equipo con el colorido y fervor propio de la cultura futbolera trasandina. En la previa a la final de mañana, ambos bandos reflexionan sobre el origen de una enemistad centenaria, las diferencias y similitudes que marcan su identidad y la agresión que manchó una definición que ya no tendrá el mismo sabor. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Diciembre del 2018).
En los años 90, el equipo multicampeón de Francescoli, Gallardo y Salas marcó a fuego el vínculo entre Walter Jacquet (38) y la camiseta de River Plate. Como prueba de su fidelidad, este hincha de la banda sangre viajaba desde Formosa, una localidad ubicada a 1.700 kilómetros de Buenos Aires, para alentar al elenco millonario en sus partidos de local. «Viajaba sin entrada, solo con una mochila y una ilusión. Si tenés salud, eso es lo que importa y, en el camino, Dios va a proveer el alimento y las entradas», cuenta. «A mí me emociona hablar de esto de River. Es como cuando estás enamorado de alguien y no razonás bien».
Radicado en Chile hace 13 años, este jefe de salón del restaurante Ichiban es uno de los impulsores de la filial de River Plate en Santiago que agrupa a unos 40 hinchas trasandinos del equipo de la banda sangre. Cada fin de semana, sus integrantes se juntan en el bar Centurión de Bellavista para seguir sus partidos con bombos, banderas y camisetas. El jueves pasado, Jacquet viajó a Madrid para asistir a la postergada final ante Boca Juniors, a pesar de que aún no consigue un ticket. «Si (la reventa) vale medio millón de dólares, lo voy a pagar igual», asegura. «Eso no significa que uno está bien económicamente y que le sobran las lucas. Cuando vos tenés una pasión, y eso te hace feliz, tenés que alimentar tu felicidad».
En su adolescencia, Marcelo Santoro (37) iba a la popular de Boca en compañía de un primo sordomudo. Creció viendo a referentes como el «Beto» Márcico y, luego, gozó con los títulos internacionales del equipo de Carlos Bianchi. En ese período hizo una manda: si el xeneize levantaba la Copa, él caminaría para agradecer a la Virgen de Luján, en una peregrinación kilométrica similar a la de Lo Vásquez en Chile. «Caminé la noche completa y llegué reventado, pero cumplí», recuerda. «Para esta final con River, prometí que me iba a pelar y que voy a hacer dieta si gana Boca. La dieta va a ser lo más difícil».
En el 2012, Santoro fue uno de los fundadores de la «Peña Boca Juniors Chile«, que aúna a unos 600 hinchas boquenses y no solo congrega a argentinos, sino que también a colombianos, peruanos y chilenos. Para los partidos de Copa Libertadores, el grupo se reúne en Bahía Resto-Bar, en metro República, y cada 12 de diciembre celebran el «Día del Hincha de Boca«, por el número que identifica a la barra del club («La Doce«). «Lo que mueve un Boca-River ni siquiera lo mueve un Barcelona-Real Madrid«, afirma este aluminero que vive desde hace 16 años en el país. «La pasión del hincha argentino es conocida en todo el mundo. Y, tal como ocurre en Chile con Colo Colo, Boca es el equipo del pueblo».
La cultura de la violencia
El pasado 24 de noviembre, boquenses y millonarios siguieron a la distancia el malogrado segundo partido de la final de la Copa Libertadores entre ambos archirrivales. Anunciado por la cadena Fox Sports como «la final del siglo», el propio Presidente Mauricio Macri -extimonel de Boca- sentenció que el perdedor «tardaría 20 años en recuperarse». Todo terminó en un bochorno: en medio de un débil operativo de seguridad, el bus de Boca fue apedreado en las inmediaciones del estadio Monumental, varios jugadores resultaron heridos, el partido fue suspendido dos veces y, tras varios días de incertidumbre, la Conmebol decidió trasladarlo a Madrid, donde se jugará este domingo a partir de las 16:30 hora chilena.
Para calmar su ansiedad, ese día Fernando Rey (39, diseñador gráfico que vive hace 9 años en Chile) optó por apagar su celular, no ver el primer tiempo e ir a jugar a la pelota con sus hijos. Eran tantos sus nervios que tenía decidido prender la televisión recién en el segundo tiempo, hasta que el padre de uno de los amigos de los niños le avisó de los incidentes. «¿Por qué tanto nervio? Es la final más grande de toda la historia: da lo mismo si llevamos más partidos ganados que ellos o cuántas veces ganamos la Copa. Es la gloria o la nada», asegura este fundador de la peña de Boca en Chile. «Pero ahora cambió todo. Va a existir el folclore, pero se perdió un poco (el entusiasmo). Si esto no hubiese sido una final, River habría estado descalificado».
La agresión al bus de Boca volvió a abrir el debate sobre la violencia en el fútbol argentino, un drama que ya cobró más de 300 muertos y obligó a que los partidos se jueguen sin hinchada visitante. «Los futboleros argentinos tienen una relación con el fútbol que es pura y estructuralmente afectiva y, al llamarla pasión, intentan describir una relación emotiva indescriptible en la que todo exceso es posible», explica el sociólogo trasandino Pablo Alabarces, autor del libro «Héroes, machos y patriotas: El fútbol entre la violencia y los medios«. «En los últimos 30 años, el fútbol pasó a ocupar un lugar muy importante en la construcción de identidades colectivas, porque es mucho más fácil construir esa identidad basada en lo emotivo que en lo ideológico. Y ahí aparecen estos desbordes continuos. La relación con el otro se vuelve radical y este último pasa a ser un enemigo y alguien que debe ser eliminado».
Las agresiones a jugadores de ambos clubes no son algo nuevo: en la Libertadores 2015, Boca fue descalificado del torneo luego de que barristas atacaran a los jugadores de River con gas pimienta. «Los responsables somos todos: desde la dirigencia hasta los que apoyamos. Más allá de que no nacería en mí tomar una piedra y lanzarla contra un colectivo, por ahí en la multitud se aplaude o festeja y eso también nos hace cómplices», dice Gabriel «Chori» Casanova, miembro de la filial chilena de River y que le debe su apodo a su parecido con el exdelantero millonario Alejandro «Chori» Domínguez. «Mañana no se juega por la Copa, sino por los colores. (La final) está desnaturalizada y lo único que cuenta es el orgullo».
El clásico del siglo
Elegido por el diario inglés The Observer como el número uno de los 50 acontecimientos que un aficionado al deporte debería ver en su vida, el duelo entre River y Boca nació como un clásico barrial. Ambos surgieron en el barrio de La Boca y su primer partido oficial data de 1913, con triunfo del millonario por 2-1. «Tras ganar su primer campeonato en 1919, Boca comienza a cimentar su popularidad que pega un pico enorme con la famosa gira a Europa en 1925», señala el académico Diego Ariel Estévez, autor de libros sobre ambos clubes centenarios. «El despegue de River fue posterior: con la compra de Carlos Peucelle, que les valió el apodo de los ‘millonarios’, y sobre todo con el campeonato que ganan en 1932 de la mano del goleador Bernabé Ferreyra, se suma a Boca como uno de los dos equipos más populares de Argentina».
Si bien hay ciertos estereotipos con los que los hinchas de ambos clubes buscan diferenciarse, Estévez los califica de «inexactos». Por ejemplo, aquel que dice que el equipo ‘millonario’ se vincula a la clase más acomodada mientras que Boca se acerca más al pueblo. «En todas las encuestas, Boca sigue teniendo, quizás, cierta preeminencia entre los sectores más bajos, pero hoy está todo mucho más mezclado», sostiene. «Tienen más puntos en común de los que a los hinchas les gustaría reconocer: los dos tuvieron un comienzo muy humilde, se popularizaron en el período amateur y tienen grandes estadios y muchos títulos. Se lo asocia a Boca más con el fervor y la garra, y a River con el juego más pulido, pero eso depende mucho de cada plantel y técnico que lo dirige».
Para Cristián «El Tigre» Muñoz, arquero de la Universidad de Concepción y exjugador de Boca entre 1997 y 2004, el fanático xeneize se caracteriza por el amor incondicional a sus colores. «Es una hinchada muy seguidora y un club único por la gloria que tiene. Boca siempre se caracterizó por dejar todo en el campo de juego y eso es lo que siempre transmiten sus equipos». Por su parte, Cristián Álvarez, histórico de Universidad Católica y jugador de River entre 2005 y 2006, sostiene que el Superclásico trasandino se distingue por la calidad de sus jugadores y el espectáculo que genera. «En River son muy especiales porque juegan muy bien al fútbol, pero a eso le meten mucha fuerza y garra. Esa combinación hace que sea un equipo muy ganador».
A la hora de establecer las diferencias entre las hinchadas, los fanáticos de una critican a la otra con argumentos muy similares. «El hincha de River de verdad está en las buenas y en las malas. Esa es la diferencia con los de Boca que solamente cuando están bien aparecen y salen de la cueva», dice Santiago Gutiérrez (26), miembro de la filial millonaria en Chile. Para el boquense Marcelo Santoro es al revés: «Cuando su equipo está en una mala racha, el hincha de River empieza a putear y a pedir que se vayan todos. En cambio, el hincha de Boca canta más».
La pasión chilena
El Superclásico argentino también tiene raigambre entre los hinchas chilenos. Cuando era niño, José Tomás Tenorio (24) recibió una camiseta del equipo de la banda sangre como regalo de Navidad y su padre le contaba historias de Marcelo Salas y su glorioso primer período en la tienda millonaria. A partir de entonces, empezó a seguir sus partidos por el cable y, a los 14 años, cumplió su sueño de ir a un River-Boca en Núñez. «¿Los jugadores que más me han marcado? Diego (Buonanotte), Falcao, el ‘Burrito’ Ortega y Barovero, un capitanazo», cuenta.
En el 2003, Lenin González (25) selló su flechazo con Boca cuando su papá lo llevó a ver un triunfo xeneize por 2-1 sobre Colo Colo. Ese día se enamoró del colorido de «La Doce» y luego admiró el juego elegante de Juan Román Riquelme. «Todos mis amigos me agarran para el hueveo: que soy ridículo, que cómo es posible si soy chileno, pero el que no lo siente no lo va a entender», dice este exfutbolista de Santiago Morning. «Este fin de semana es el matrimonio de mi madrina e igual tenía pasajes y entrada para ver el partido Boca-Atlético Tucumán. Pero como se postergó la final de la Libertadores, y se juega este domingo, el otro partido se suspendió. Quieren que cambie los pasajes pero voy a ir igual, veré la final en Caminito y, después, al Obelisco a celebrar».
A pesar del incidente que manchó la final, los hinchas coinciden en que, apenas suene el pitazo inicial, el deseo de ganar seguirá incólume. «(La efervescencia) se diluyó un poco, pero eso va a durar hasta 25 segundos antes de que comience el partido. Si Boca pierde, va a quedar en la historia que lo quiso ganar por escritorio, no pudo y, finalmente, lo perdió en cancha», dice «Chori» Casanova. Para Santoro, «de ser ‘el partido del siglo’ pasó a ser ‘la vergüenza del siglo’. Pero mañana el entusiasmo va a volver. Si River pierde, hay dos cosas con la que los vamos a cargar toda la vida: por haberse ido a la B y por perder esta final».
Antes de tomar el avión a Madrid, donde espera ingresar al Santiago Bernabéu, Walter Jacquet reflexiona sobre esta marca de violencia. A los 20 años, él optó por dejar su país, cansado de la incapacidad que veía a nivel político. Hoy bromea con sus amigos con que viaja a la final de la Copa Conquistadores de América. «Es una vergüenza, nos quitaron el fútbol, lo único que tenía Argentina. Pero tampoco puedo dejar en bolas a mi equipo, al contrario, ahí tengo que estar yo para alentar», afirma. «Me gusta el folclore y la rivalidad, pero tampoco podemos estar matándonos entre nosotros. Sin Boca, River no es nada y, sin River, Boca no es nada. Al igual que Colo Colo y la ‘U’, nos necesitamos el uno al otro».