El museo neoyorquino dedica una retrospectiva a tres de los artistas más rupturistas del siglo XX. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Diciembre del 2015)
Una de las obras más imponentes de “The Arcadian Modern” — la retrospectiva que el MoMA de Nueva York dedica al uruguayo Joaquín Torres-García— es “Lo temporal no es más que símbolo” (1916). Fue el último fresco que hizo para el Saló de Sant Jordi, en Cataluña, y una representación temprana y grotesca de la figura clásica en un estilo moderno: aquí, el oriundo de Montevideo inmortaliza a un gigante que toca su flauta y domina a una multitud con una soberana indiferencia. La escena fue recibida con escándalo por los académicos e intelectuales más conservadores de la época y el pintor terminó despedido. “Fue un momento de realización para él: entendió que los estilos y los movimientos artísticos no son más que convenciones”, destaca el texto explicativo del museo neoyorquino.
Considerado como una figura pivotal en la historia del arte moderno en Latinoamérica, Torres-García fue un pintor, escultor y teórico itinerante que dejó su huella en distintas metrópolis del mundo. Entre sus fases más memorables, retrató los paisajes bohemios e industriales de Barcelona, abrazó estilos como el vibracionismo —que combinaba aspectos del cubismo y el futurismo—, capturó la agitada vida urbana de Nueva York y co-fundó el “Cercle et Carré”, un grupo de eclécticos artistas con sede en París. Abierta al público hasta el próximo 15 de febrero, la muestra del MoMA recopila sus distintas etapas y le dedica un espacio importante a su famoso “Mapa invertido” de América del Sur (1944), todo un manifiesto para las prácticas avant-garde.
Otra parada obligatoria en el recinto de Manhattan es “Picasso Sculpture”, una exhibición que recorre el trabajo en tres dimensiones del artista español entre 1902 y 1964. A pesar de que fue formado como pintor, y su compromiso con la escultura era más episódico que continuo, esas mismas características hicieron que el creador del “Guernica” obviara la tradición en su obra escultórica y se volcara de lleno a la experimentación. Aquí sus obras están forjadas en base a materiales convencionales (yeso, arcilla, bronce), otros muy poco ortodoxos (trastos viejos, cartulinas) y una gran cantidad de objetos de uso cotidiano (moldes para pasteles, cucharas de absenta). ¿Un recomendado? El salón “El monumento a Apollinaire (1927-1931)”, donde sobresale “Mujer en el jardín”, su escultura conmemorativa al poeta y crítico francés.
Por último, “Jackson Pollock: A Collection Survey, 1934-1954” concentra la evolución del artista estadounidense desde la década del 30 hasta su muerte en un accidente automovilístico en 1956, a los 44 años. En el curso de estas dos décadas, el trabajo de Pollock evolucionó de las figuras primitivas de sus inicios a las radicales obras donde desarrolló la “pintura en acción” y su célebre técnica del salpicado. Como una de las caras más visibles del expresionismo abstracto, Pollock hizo que este fuese el primer movimiento de arte estadounidense en ejercer una influencia genuina en el extranjero. Prueba de esto son “Número 1A, 1948” y “Uno: Número 31, 1950”, dos de las obras más fotografiadas por los visitantes en el segundo piso del MoMA.