En 1974, este actor de origen islandés dio vida a Leatherface en «La Masacre de Texas», la película que cambió para siempre el cine de terror. A cuarenta años de su estreno, teoriza porqué el filme sigue cautivando como el primer día. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Agosto del 2014)
El azar del destino condujo a Gunnar Hansen (67) al papel más importante de su vida. Amante de los libros y el cine de Bergman, su primer acercamiento al teatro ocurrió en el colegio, cuando se inscribió en unos cursos de actuación para mejorar sus lecturas de poesía. Y, pocos años después, tomaba un café con un amigo cuando supo que rodaban una película de terror en Austin, Texas. «Una semana después, me enteré que el tipo que iba a ser el papel del asesino estaba borracho en un motel y la producción buscaba un reemplazante», recuerda. «Conseguí el contacto, me presenté y obtuve el trabajo».
Con sus imponentes 1.93 centímetros de estatura, Hansen personificó a Leatherface, un villano enmascarado con retraso mental, que portaba una sierra eléctrica como método de defensa e integraba una familia de caníbales cuya casa campestre era invadida por un grupo de adolescentes. Dirigida por un novel Tobe Hooper, la película se rodó en pleno verano de Texas y con jornadas maratónicas que colapsaron física y mentalmente al elenco. «Fue brutal», dice Hansen. «Rodábamos siete días a la semana, entre doce y dieciséis horas diarias. Creo que para Marilyn Burns -la protagonista del filme, que falleció el martes pasado a los 64 años- fue particularmente duro, no solo por la intensidad de las escenas, sino porque ella siempre era la víctima. La escena final de la cena nos tomó 26 horas seguidas de filmación y sin pausas».
Esa atmósfera de tensión y caos quedó impregnada en las escenas de «La Masacre de Texas», una película estrenada en 1974 y que consolidó las bases del Nuevo Cine de Terror norteamericano. Censurada en varios países tras su estreno, el filme dejó atrás las convenciones de Hollywood (monstruos mitológicos, seres venidos del espacio) para mostrar la cara más brutal y disfuncional de los Estados Unidos. Con una recaudación de más de treinta millones de dólares, se convirtió en una de las películas independientes más exitosas de todos los tiempos y su legado inspiró secuelas, remakes y hasta videojuegos, además de una legión de admiradores como Quentin Tarantino, Ridley Scott y Wes Craven.
En las décadas siguientes, la película generó un culto que también dio espacio a la mitología. Si bien su guión está vagamente inspirado en la historia de Ed Gein -un psicópata estadounidense de los años’50 -, muchos fans todavía se resisten a creer que es ficción. «Un montón de gente está convencida de que es una historia real y, cuando les digo que no es así, se desilusionan», dice Hansen. «Un amigo tiene un sitio web dedicado a la película y ha recibido mails muy furiosos. Uno de ellos decía que negar la verdad de ‘La Masacre de Texas’ era como negar el holocausto en Europa». Para aclarar este y otros temas, el año pasado Hansen publicó «Chain Saw Confidential», un libro donde entrevistó a sus antiguos compañeros de reparto y describe la trastienda de la película que cambió sus vidas.
Detrás de la máscara
Consciente de que Leatherface no tenía rostro ni voz, Hansen preparó su rol de una forma poco convencional. Durante dos días, se internó en el recinto de discapacitados mentales de Austin donde trabajaba su madre. Allí estudió los movimientos de un personaje que se convirtió en ícono. «Leatherface no es puramente malvado. Hay una especie de ambigüedad acerca de su moralidad y personalidad y eso hace que la gente sea muy ambivalente con respecto a los sentimientos que provoca», asegura. «Hay una parte de él que es casi vulnerable y eso lo hace mucho más interesante».
Si bien la película causó una gran conmoción apenas llegó a los cines, Hansen demoró varios años en calibrar su importancia. Nueve meses después del estreno, el actor decidió enfocarse en la escritura y vivió varios años en una isla sin televisión ni radio. Hasta que un día se topó con un capítulo de la sitcom «Cheers» -protagonizada por Kirstie Alley– y se dio cuenta de la dimensión de su personaje. «Hay un episodio donde ella va a una casa en el campo y, cuando anochece, siente un ruido extraño. Y dice ‘oh, Leatherface, espero que no seas tú’. Y ahí fue cuando me di cuenta lo grande que había sido el filme. Era un programa televisivo muy popular y toda la audiencia sabía de lo que ella estaba hablando. Ya era parte de la cultura».
-¿Por qué la película sigue siendo relevante cuarenta años después?
-Porque cambió las reglas de las películas de terror. Hasta ese entonces, todos los filmes de horror eran cautelosos y políticamente correctos. «La Masacre de Texas» era bastante brutal, a pesar de que no ves nada. Está todo implícito y tiene un punto de vista muy oscuro. Hay muchas películas que pensamos que son geniales cuando las vemos y después envejecen muy mal. Y, por algún motivo, «La Masacre de Texas» mantiene ese efecto inquietante. Y eso es, en parte, porque no tiene ningún efecto. Todo está en tu mente.