¿Cómo es ser hombre en la era del feminismo?

En medio de la ola de manifestaciones, los expertos debaten sobre el rol de los varones en la lucha por la igualdad, el futuro de las relaciones de género y las claves para generar un cambio cultural. ¿Es la masculina la gran revolución pendiente del siglo XXI? Guillermo Tupper.

(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Junio del 2018)

En 1976, los psicólogos sociales Robert Brannon y Deborah David enunciaron los cuatro imperativos que definían la masculinidad tradicional o el rol del sexo masculino: el primero de ellos se resumía en la frase «nada de mariconadas» («no sissy stuff»). Los otros tres se repartían entre la búsqueda del éxito, estatus social y la necesidad de ser admirado, ser un hombre fuerte en tiempos de crisis y la importancia de la violencia, la agresión y la temeridad en su conducta.

Estos dos autores son citados en «La caída del hombre«, el libro donde el controvertido escritor y artista inglés Grayson Perry cuestiona aquellos imperativos de la masculinidad desde el feminismo. «En la cabeza de cada hombre hay un amo, una voz inconsciente que envía instrucciones a través de un interfono. Ese amo es el jefe del departamento que cada uno tiene asignado en el Ministerio de la Masculinidad que quiere mantener las reglas», dice. «Pero el mundo está cambiando y la masculinidad debe cambiar con él».

La reflexión toma vigencia a partir del movimiento #MeToo y la ola feminista que , en Chile, incluyó tomas de universidades. En los 70, las protestas por los abusos de hombres sobre mujeres ya habían sido temas centrales en el movimiento de la liberación femenina. «¿Por qué tomaron una nueva forma hoy? Una razón es la frustración e ira reprimidas de un gran número de mujeres frente a la lentitud del cambio. Cincuenta años después todavía estamos en una epidemia de violencia de género y a años luz de la igualdad económica. Y la otra son las nuevas formas de política, especialmente en las redes sociales, pero que también involucran a los medios convencionales», dice Raewyn Connell, socióloga australiana y una de las mayores referentes en estudios sobre la masculinidad.

Para el sociólogo José Olavarría, este es el último capítulo, y vendrán otros, de una agenda histórica por la igualdad, que se remonta a las académicas empoderadas de la época de la Revolución Francesa que exigían derechos igualitarios y terminaron guillotinadas o enviadas al manicomio. «¿Qué pasa en este tiempo? Mi hipótesis es que las mujeres crecientemente no sienten culpa ni vergüenza por ser distintas al estereotipo de mujer, ni aquellas que atrasan la maternidad o derechamente no la quieren, por no hacer los quehaceres del hogar y tener proyectos de vida que van más allá de la vida familiar», señala. «Es una larga lucha por desatarse de estas ataduras de dominación y que las lleva a expresarse sin temores. Los hombres que han actuado usando su poder para acosarlas empiezan a ver que no es llegar y hacerlo».

Para algunos expertos, esta ola de protestas generó un despertar real en torno a la cultura de las masculinidades a nivel global. «Este movimiento ha definido el campo de diálogo sobre lo que significa ser un hombre en el futuro y, además, sobre la forma en que las relaciones de género pueden evolucionar», dice Michael Kehler, profesor de Investigación de Masculinidades en la Educación de la Universidad de Calgary (Canadá). «Si las agresiones sexuales y los hostigamientos ocurrieron a manos de los hombres, el futuro de las relaciones de género puede ser redefinido con el poder de las mujeres. Esto es increíblemente importante cuando veamos cómo las masculinidades, de aquí en adelante, son aceptadas, rechazadas, configuradas y reconfiguradas tanto en el espacio de trabajo como en las escuelas».

La revolución pendiente

¿Qué piensan los hombres de todo esto? ¿Cuál es su papel frente a estas demandas? ¿Qué acciones deben tomar? En España, el caso de La Manada instaló un debate sobre la violencia sexual y la cultura vinculada al machismo. «Y los principales responsables de esa cultura somos justamente los hombres», dice Octavio Salazar, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y autor del libro «El hombre que (no) deberíamos ser«. «El movimiento nos está interpelando a nosotros: no se trata simplemente de que hagamos leyes o se adopten políticas públicas de igualdad, sino de un cambio cultural y del modelo de subjetividades con todo eso que supone ser un hombre de verdad».

En su libro, Salazar recoge un «decálogo para la nueva subjetividad masculina». Esta guía parte de las herramientas que proporciona el feminismo como propuesta ética, crítica y transformadora, y propone una serie de medidas positivas de cambio para los hombres. Entre ellas, renunciar a sus privilegios, no negar lo femenino en la construcción de su identidad, asumir la corresponsabilidad en el ámbito privado y compartir el espacio público y convertirse en agentes por la igualdad, dejando de ser cómplices, por acción u omisión, con el machismo. «La revolución masculina es la gran revolución pendiente del siglo XXI», señala. «Las mujeres llevan siglos luchando y evolucionando, pero los hombres apenas nos hemos movido del lugar en el que siempre hemos estado. Y eso supone darle la vuelta a cómo hemos entendido la organización del mundo y de la sociedad desde hace siglos».

En marzo pasado, una encuesta de GfK Adimark arrojó que 8 de cada 10 hombres chilenos consideran que el concepto de masculinidad ha cambiado; un 61% cree que no hay igualdad entre hombres y mujeres y el 70% afirma que los chilenos son machistas, aunque solo el 8% se declaró así. Para Lucía Saldaña, doctora en sociología, y quien acaba de asumir como directora de la Dirección de Equidad de Género y Diversidad de la Universidad de Concepción, uno de los problemas es la naturalización de la violencia simbólica. «Ello se observa en bromas sexistas o discriminatorias, como por ejemplo, un meme que muestra un estacionamiento de mujeres con todos los autos mal estacionados», dice. «Estamos reforzando los estereotipos de género construidos históricamente en términos de que las mujeres tienen menores capacidades, sobre todo en el espacio público».

Otros apuntan a la importancia de la repartición equitativa de tareas en el espacio doméstico, una materia aún pendiente en países como el nuestro. Según la «Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo» del INE (2015), las mujeres chilenas destinan tres horas diarias más que los hombres a las actividades de trabajo no remunerado, lo que incluye trabajos domésticos y cuidados de integrantes del hogar. «Los hombres han aprendido a tener un discurso más políticamente correcto en estas materias, pero eso no necesariamente se traduce en prácticas más inclusivas en sus lugares de trabajo o que se relacionen más simétricamente con sus parejas», dice el psicólogo Francisco Aguayo, director de EME.

Las piedras en el camino

¿Cuáles son las dificultades que presenta el sistema para adherir a estos cambios? Para Sonia Montecino, antropóloga, profesora de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, «la sociedad está estructurada en un andamiaje de poder político, económico y cultural que está asociado a lo masculino. Son siglos de aprendizaje de valores como lo alto/bajo que modelan el prestigio y el poder social. En esas oposiciones, las mujeres hemos estado siempre en el polo de lo subordinado, por ello es preciso que los hombres y también muchas mujeres estén conscientes de que hay una gramática cultural que nos antecede y que debemos desmontar para acercarnos a estados de mayor felicidad y bienestar humano».

En ese proceso, los expertos apuntan a la educación formal y al interior de las casas como un camino de política pública y social para la transformación social. «La constante necesidad de ocultar, negar y reprimir las emociones requiere que los niños y los hombres trabajen para mantener una forma muy estrecha y limitada de la masculinidad», sostiene Michael Kehler. «El otro elemento es la forma en que ellos expresan frustración y enojo que, rutinariamente, se manifiesta en una forma de infligir dolor y enojo a otros para demostrar superioridad, control y poder. Esto también tiene un impacto a largo plazo en sus relaciones y en las personas de su entorno».

Para Octavio Salazar, el hombre del futuro debería reconciliarse con muchos aspectos del ser humano que ha rechazado. «La masculinidad siempre se ha construido negando todo lo que tiene que ver con las mujeres y con lo femenino y negando la dimensión emocional, nuestra capacidad para el cuidado y la dimensión más solidaria y empática del individuo», dice. «El futuro con el que sueño tendría que ver con una serie de individuos donde, efectivamente, podamos desplegar todas esas capacidades hasta el punto en que llegue el momento en el que ni siquiera la etiqueta hombre-mujer sea determinante de nada».

¿Qué política pública implementaría para empezar un cambio cultural?

Lucía Saldaña: «No difundir el uso de redes sociales para prácticas discriminatorias».

«El cambio cultural es posible a partir de modificar las prácticas, y eso implica desde la socialización temprana de niñas y niños en el hogar, como el tipo de educación que vamos a tener en jardines infantiles, colegios y el rol de las diversas instituciones sociales, de manera que se eliminen las prácticas discriminatorias y se ponga límites a los abusos y acciones cotidianas de violencia de género. Eso implica generar protocolos y también sanciones sociales: por ejemplo, no difundir ni tolerar el uso de redes sociales para prácticas discriminatorias, como ocurre con las burlas hacia personas trans».

Francisco Aguayo: «Fiscales especializados en las universidades en los casos de acoso sexual».

«Aquí no basta con un cambio cultural: lo que se necesita es toda una arquitectura legal e institucional que permita igualdad de derechos en todos los planos. Por ejemplo, la igualdad salarial: no solamente se requiere una ley que puede ser declarativa, sino que ver después cómo se aplica. En el tema del acoso sexual, lo que necesitan las universidades son protocolos adecuados, pero también fiscales especializados e independientes. Si no hay sumarios adecuados y justos, sigue habiendo impunidad».

Sonia Montecino: «Una educación formal que no reproduzca estereotipos que desvalorizan lo femenino»

«Creo que políticas públicas sin políticas sociales no sirven mucho; pero sin duda, la socialización y la educación formal son fundamentales. Es decir, los esfuerzos que hacemos todos al socializar a nuestros hijos en un ambiente familiar no sexista (y por ello también no racista y clasista), ello junto a una educación formal que no reproduzca estereotipos que desvalorizan lo femenino (a los «otros» en general) y que muestren de manera plural cómo las mujeres han participado y construido también la historia, las ciencias, la literatura. Por otro lado, la Educación Física resulta paradigmática, pues es el gran espacio formal de disciplinamiento de los cuerpos y de uniformización de los mismos (se separa a niños y niñas en los juegos, deportes para hombres, deportes para mujeres, etc.), un cambio de nombre a esa asignatura (por ejemplo, Educación Corporal) y un cambio de sus programas con una perspectiva multidisciplinar daría cuenta de que estamos en una política pública que considera el cambio cultural».

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