«Hay una herencia natural de cuestionar a las mujeres y su habilidad para escribir canciones»

En la previa a su show en Lollapalooza, Tegan Quin —la mitad del dúo Tegan and Sara— rememora el largo y turbulento camino de una banda que supo vencer los prejuicios para abrazar el pop de masas. Guillermo Tupper.

(Artículo publicado en el Cuerpo Vidactual de El Mercurio. Marzo del 2017)

Desde que era niña, Tegan Quin (36) desarrolló un “profundo aprecio” por la música. Sus padres eran coleccionistas de discos, asistían regularmente a conciertos y cada pieza de su hogar en Calgary (Canadá) tenía un equipo estéreo. Cuando llegó a la pre-adolescencia, el grunge y el rock más estridente de los 90 fueron la principal fuente de inspiración para ella y su hermana gemela Sara. “Todos los hombres que conocíamos tenían una banda. Yo quería tener una banda, pero no quería estar en un grupo con ellos”, relata. “Sara y yo empezamos a escribir nuestras propias canciones y las grabábamos. Los chicos venían y decían ‘oh, yo seré su baterista’. Tocábamos una o dos veces con ellos y después les decíamos: ‘estamos mejor sin ti’ (risas)».

Alentadas por esas tempranas composiciones, las gemelas optaron por la música en vez de los estudios. Cuando sus padres supieron la noticia, Tegan admite que se pusieron “furiosos”. Si bien ellos habían estimulado su veta artística desde muy temprano—a los 8 años, ambas ya cursaban lecciones de piano—, sentían que la primera obligación era el colegio. “Y nosotras dijimos: ‘¡esto es el colegio! Vamos a aprender a grabar discos, a autogestionarnos, a escribir mejores canciones’”, dice. “Al final, mis padres estuvieron de acuerdo si lo asumíamos como un trabajo serio. Mi madre nos cobraba el alquiler y, como cualquier adulto, tenía miedo de que fuésemos unas perdedoras. Pero, en un período de 18 meses, conseguimos un contrato discográfico y empezamos a hacer giras».

Dos décadas y ocho discos más tarde, Tegan and Sara cimentaron uno de los cultos más fervorosos en Norteamérica. Pero, para muchos otros, constituyen un descubrimiento reciente. Después de diez años donde revelaron gradualmente su sensibilidad más pop en discos cada vez más accesibles, este dúo —originalmente acústico, con raíces en el folk y el country— cruzó a la vereda del mainstream con “Heartthrob” (2013), un álbum en el que cambiaron las guitarras por los sintetizadores y las baterías programadas. Este disco cautivó a mega estrellas como Taylor Swift —que las invitó a tocar su hit “Closer” en uno de sus shows— y Katy Perry, quien las fichó para abrir su gira “The Prismatic World Tour”.

El año pasado, el dúo confirmó su reinvención electro pop con “Love You to Death”, un álbum que les permitirá saldar un viejo anhelo: este domingo 2 de abril, serán una de las atracciones de la segunda jornada de la versión local del Festival Lollapalooza. “En los últimos diez años nos pasamos quejando ante nuestros agentes y promotores de gira tratando de ir a Sudamérica”, dice Tegan. “Ellos no querían llevarnos allá y decían que no teníamos una base de seguidores. Así que le dijimos a nuestro nuevo agente que lo íbamos a despedir si no nos conseguía un espacio en Lollapalooza. ¡Y nos vamos a Sudamérica! (risas)”.

— En sus dos últimos discos, la banda ha virado a un sonido electro pop. ¿Qué impacto tuvo la música de baile en su vida?

“Crecimos escuchando la música de nuestros padres, que era mucho pop de los 80: Duran Duran, Tears For Fears, Madonna, David Bowie, Prince… . Cuando éramos adolescentes, había una escena rave muy vibrante en Calgary y los fines de semana íbamos a fiestas electrónicas gigantescas que convocaban a cinco o seis mil personas. Pero también escuchábamos música punk, por lo que era una mezcolanza de influencias. Después de seis discos, y pasar muchos años en el mundo del rock independiente, todavía nos sentíamos un poco como outsiders. Las guitarras eran, básicamente, nuestra forma de escribir canciones. Yo nunca me senté a tocar guitarra por diversión, solo la usaba para crear música. Una vez que nos sacamos ese grillete, nos permitió experimentar con el piano, los teclados y hacer música por computador. Y, súbitamente, el mundo era nuestro».

Poder femenino

En varias canciones de «Love You…» las hermanas Quin exploran su lado más vulnerable. En «Boyfriend», por ejemplo, asumen un mensaje queer más explícito (nota de la redacción: ambas son lesbianas y férreas activistas por los derechos LGBT). En otras, como «100x» y «White Knuckles», Sara escribe sobre la conflictiva relación que tuvo con su hermana Tegan en un pasado cercano. «Estaban pasando un montón de cosas en ese período y era como: ‘esto se siente miserable’. Pero supimos cómo sacarlo adelante», dice esta última. «A medida que envejeces, creo que hay mucho más respeto por lo que has creado y por la otra persona. No permitiría arruinar mi relación con Sara. La música no es tan importante. Aprendimos a relajarnos y elegir las batallas».

—¿Cuál fue el momento más bajo?

“Los primeros diez años de nuestra carrera fueron muy duros. Y, probablemente, no hemos hablado mucho de aquello. Es difícil: hay un montón de racismo sistémico, sexismo, homofobia. Es una industria muy dura y creo que nosotras lo sufrimos. Queríamos liderar un cambio, teníamos que defender y hablar sobre estos temas en una industria que es, predominantemente, masculina, blanca y heterosexual. Nos sentíamos como intrusas. Tuvimos que luchar para ganar dinero, para ser apoyadas por los sellos, no tuvimos apoyo de la radio hasta el año 2000. Eso nos hizo retroceder y empujarnos la una a la otra, porque éramos las únicas que podíamos enfrentarlo. Las dos pasamos por momentos en los que quisimos renunciar y creo que pensamos que fuimos forzadas a seguir, porque éramos hermanas. Y eso significó que, a menudo, tuviésemos momentos en los que ambas nos tratamos de manera muy dura”.

—¿Qué tipo de discriminación fue el más común?

«En términos de sexismo y misoginia, existe hasta hoy. Creo que hay una herencia natural de cuestionar a las mujeres y su habilidad para tocar un instrumento y escribir sus propias canciones. De verdad pensamos que los hombres son mejores, como escritores y músicos. Eso también se aplicó al hecho que fuésemos gemelas. La gente pensaba que debíamos ser un producto prefabricado de una compañía discográfica. Nosotras sufrimos al tratar de validarnos. Teníamos una pelea constante para ser tratadas con igualdad, para formar parte de los festivales de rock, ser consideradas seriamente en las radios alternativas o recibir el mismo presupuesto. Cualquier banda recibía dos o tres veces más dinero para hacer un disco y, después, ni siquiera lo editaban, porque este era muy malo. Yo vi eso y le dije a nuestra compañía disquera: ‘yo sé que ustedes nos están subvalorando y nos dan menos dinero porque somos mujeres’. Ellos tenían una fórmula que aplicaban para la ‘música femenina’. Así que tuvimos que presionar y pelear de vuelta».

—¿Hay algún artista cuya carrera sea un modelo para ustedes?

«Nosotras crecimos con Bruce Springsteen. Mi padrastro estaba obsesionado con su música, escuchábamos sin parar cada uno de sus discos e, incluso, teníamos sus fotos enmarcadas en la pared (carcajada). ¡Fue una extraña educación! Pero lo respeto profundamente. Es un artista con el que, fácilmente, puedo trazar un paralelo. Sus primeros álbumes eran piezas acústicas, en los 80 mutó a un sonido más vinculado al pop de esa década y luego viró más hacia el rock. El otro día leí una cita de él donde decía que no debes limitarte a la banda que eres, cuando afuera está la opción de la banda que puedes ser. Yo realmente pensé que queríamos una audiencia fuera de ese pequeño género en el cual estábamos inmersas. El rock independiente nos estaba limitando. Y me negué a creer que debíamos permanecer en nuestro lugar. No me gustó que tanta gente nos señalara eso: ‘¿por qué están intercambiando estilos?’ Perdón, ¿por qué me estás diciendo lo que debo hacer? (risas). Pensé que a Bruce Springsteen le gustaría eso. ¡Él es El Jefe!».

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