Veronica More: la mujer que espió a los nazis

En plena Segunda Guerra Mundial, esta valiente mujer escocesa interceptaba y transcribía los mensajes de radio de los pilotos alemanes y trabajó seis meses en Bletchley Park, el lugar donde Alan Turing y miles de voluntarios descifraron el código Enigma. Guillermo Tupper.

(Fotos: Cordelia Weedon)

(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Junio del 2015)

A comienzos de la década del 40, Veronica More vio la muerte pasar frente a sus ojos. En esa época trabajaba como oficial del Ministerio de Fuerza Aérea en la zona de Whitehall (Londres), durante la fase más intensa del bombardeo aéreo alemán sobre la capital inglesa. Era una noche más de incertidumbre en plena Segunda Guerra Mundial y, para evitar los olores y la sobrepoblación de gente que dormía en los subterráneos, ella y una amiga optaron por descansar en una habitación ubicada en la parte alta del inmueble. Hasta que, una madrugada, despertó con el ruido de una bomba que explotó a pocos metros de ella.

“Los pedazos de yeso y el polvo caían sobre mi cabeza. Pensé ‘es momento de que bajemos por las escaleras’. Traté de salir de la cama, pero no podía, porque el suelo estaba lleno de vidrios”, recuerda a “El Mercurio”. “Había un enorme agujero en el lugar donde estaba la puerta y, a través de ese hueco, podía ver las luces y las bombas cayendo sobre Londres. Los voluntarios que nos rescataron eran unos músicos de la BBC y tuvieron que bajarnos con sogas amarradas a sus cinturones”.

A sus 97 años, More rememora con lucidez las aventuras que marcaron su juventud. Desde su hogar en Fornalutx, Mallorca (España), esta abuela con siete nietos y nueve bisnietos enumera las tareas de alto riesgo que tuvo que asumir cuando apenas superaba los veinte años. Entre ellas, conducir camiones en Escocia, cargar bidones de petróleo sobre la nieve, interceptar los mensajes de radio de los pilotos alemanes y trabajar seis meses en Bletchley Park, la instalación militar británica donde se realizaron los trabajos de descifrado de códigos nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

El año pasado, la historia de Bletchley Park tomó una nueva dimensión gracias a la película “El Código Enigma”, que cuenta la historia del matemático y pionero de la computación Alan Turing, una figura clave en el descifrado de los códigos de la máquina Enigma alemana. Según los expertos, este trabajo de inteligencia británico permitió reducir la guerra entre dos y cuatro años.

Cuando terminó la guerra, cada una de las criptoanalistas volvió a sus casas con la prohibición de revelar dónde habían estado. Una de ellas fue Verónica. “No conocí a Alan Turing. En Bletchley nunca sabías lo que las otras personas estaban haciendo”, señala. “Vi la película y me pareció muy buena. Es bastante fiel a los hechos, aunque tiene un poco de ficción”.

“¿Puedes guardar un secreto?”

Hija de un contador público y una dueña de casa, Verónica era la menor de tres hermanos en una familia de clase media alta en Edimburgo (Escocia). “El clima en Escocia era muy frío”, recuerda. “Tenía unos sabañones terribles, ¿sabes? Pese a eso, fue una época muy bonita”.

En 1937 Verónica terminó el colegio y, a pesar de la amenaza del Tercer Reich, tomó la decisión de viajar a Alemania. Como tenía un primo que era periodista en Berlín, él le presentó a una familia que vivía en Stuttgart. “Yo tenía 17 años y era muy poco consciente de la política”, reconoce. “Lo que más me llamó la atención es que había un montón de hombres con uniformes de distintos tipos”.

Durante su estadía de nueve meses en Stuttgart, Verónica tomó clases de alemán . El hogar que la acogió estaba integrado por una viuda de la Primera Guerra Mundial y sus dos hijas. “Íbamos a esquiar, caminar, a andar en bicicleta, a la ópera y el cine”, recuerda. “Pero la atmósfera social era muy distinta a la de Gran Bretaña. Había un montón de discursos políticos y, cada vez que hablaban, lo hacían gritando”.

En septiembre de 1939, cuando Neville Chamberlain leyó la declaración de guerra a Alemania, Veronica ya estaba de vuelta en Edimburgo. Allí se presentó como voluntaria en la “Women’s Auxiliary Air Force” (en español, “Las Auxiliares de la Fuerza Aérea”), donde trabajó como conductora de pequeños camiones, furgones y autos. Posteriormente, se sumó el “Balloon Barrage Squadron”, en Dalmeny (Escocia), cuyo objetivo principal era evitar que los alemanes bombardearan el Fourth Bridge, un puente ferroviario en la zona. Si los nazis destrozaban ese puente, el transporte de petróleo —un bien con escaso suministro— se iba a complicar.

“Fue un invierno muy crudo, con nieve y barro. Fuimos destinados a casas que eran muy frías y no tenían baños”, cuenta Verónica, que debía transportar bidones de petróleo sobre el fango congelado para hacer funcionar los motores de los vehículos.

En medio de su estadía en Dalmeny, el alto mando militar envió un mensaje preguntando si alguno de los miembros de esa unidad sabía hablar alemán. Como ella dominaba bien el idioma, fue enviada a Londres para una entrevista secreta con los jerarcas del Ministerio de Fuerza Aérea inglés. “Me dijeron que el trabajo se trataba de mantener un secreto. Pero yo no sabía cuál era ese secreto ni para qué”, dice. “Volví a Escocia y, a las dos semanas, me avisaron que había quedado en este nuevo trabajo donde tenía que usar mi alemán”.

Un amor llamado Tom

Cuando fue promovida a sargento del Departamento de Inteligencia Aérea, los planes que tenía el alto mando para Veronica se volvieron más claros. Su misión era escuchar y transcribir en letra manuscrita los mensajes de radio de los pilotos alemanes. Todo esto en medio de la “Batalla de Inglaterra”, el conjunto de combates aéreos librados en cielo británico y sobre el Canal de la Mancha, y con el que los nazis buscaban derrotar a la Royal Air Force (RAF).

En 1942, después de la Batalla de El Alamein, Veronica se ofreció como voluntaria para ir a Heliópolis, Egipto. Aquí trabajaba con el material ya codificado para traducirlo al inglés en un lenguaje convencional. En este lugar conoció a Tom Weedon, el hombre que sería su esposo y padre de sus cuatro hijos. “Un día tocaron el timbre del apartamento y era un oficial muy pálido de la RAF que preguntó: ‘¿Puedo dejar mi maleta aquí?’. Él venía del hospital a visitar a una persona que vivía en el departamento de enfrente, pero esta persona no estaba. Así que lo invité a tomar una taza de té”.

Veronica quedó prendada con este oficial atípico, a quien describe como “un pensador independiente y con un punto de vista muy original”. Y así nació un romance fulminante, a pesar de que Weedon era casado y tenía a su mujer esperándolo en Inglaterra. “Obviamente hubo un montón de romances durante la guerra entre personas casadas, pero todos sabían que estos iban a terminar cuando la guerra llegara a su fin”, dice.

—Después llegó a Bletchley Park. ¿Cómo cambió su rutina en ese lugar?

“Estuve ahí durante un tiempo muy breve, sobre el final de la guerra. Fueron poco menos de seis meses. Era una casa grande en el campo y trabajábamos en una pieza o una choza. Con Tom nos tuvimos que separar y yo no estaba en un buen estado emocional. Ya había tenido suficiente de la guerra y era otro maldito trabajo (risas). Hacía lo mismo que en Heliópolis: tenía que rastrear los escuadrones alemanes y establecer dónde estaban y qué estaban haciendo”.

—¿Cómo hicieron para que los alemanes no supieran que ustedes habían descifrado Enigma?

“A veces, cuando obteníamos la información, las fuerzas aliadas no necesariamente tomaban acciones. Eso hubiese sido muy obvio. Por ejemplo, si los alemanes atacaban los barcos, muchas veces no se actuaba sobre ellos porque (los nazis) se habrían enterado que conocíamos Enigma. Eso era muy duro”.

Cuando estaba en Bletchley, Veronica recibió la noticia de que Tom había sido herido por un V1 —el primer misil guiado alemán— en Bélgica. Estuvo enterrado por doce horas bajo la tierra, con un agujero en su cabeza y restos de vidrio alojados en su cerebro, pero sobrevivió de milagro. “Pensé que estaba desaparecido o muerto. Eso me afectó mucho”.

Una madre todoterreno

Al terminar la guerra, Veronica y Tom se casaron y tuvieron cuatro hijos. Al principio la pareja vivía en Surrey, una zona al sureste de Inglaterra, y buscaban un lugar más soleado para visitar de vez en cuando. Así fue como llegaron a Mallorca en 1956.

“Tom era profesor de fotografía y uno de sus colegas le dijo: ‘¿Por qué no vas a las Islas Baleares? Conozco un pueblo en Mallorca que se llama Fornalutx’. Nosotros recibíamos un bono de la milicia por nuestros servicios prestados. Y adquirir una casa en Mallorca fue muy barato. Nos costó un poco más de 500 libras”.

Por ese entonces Tom sufría una grave enfermedad a los riñones y los doctores le dieron diez años de vida. La idea de mudarse a Mallorca buscaba alargar ese pronóstico con el clima soleado y un estilo de vida más relajado. Sin embargo, él murió a los pocos meses, en 1959, y Veronica quedó viuda a los 40 años. “Decidí quedarme aquí con los niños. Yo les enseñaría en las mañanas y por la tarde irían al colegio”.

Veronica volvió a Inglaterra en 1962 para trabajar en el Servicio Voluntario de Mujeres. Posteriormente, encontró empleo como trabajadora social en Westminster, cerca de su hogar, el que mantuvo hasta su retiro en 1979. Además, escribió varios libros contando su vida, como “Letters to my grandchildren” (“Cartas a mis nietos”). “A pesar de la reticencia de mis hijos, compré un apartamento en Londres. Está ubicado en la misma cuadra donde recibí las bombas durante la Segunda Guerra Mundial”, señala.

—¿Cuál fue el período más feliz de tu vida?

“Criar a mis cuatro hijos y verlos crecer. Eso no se compara con nada”.

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