La revista Rolling Stone definió a Luna como “la mejor banda de la que nunca has escuchado hablar”. Sin embargo, sus discos fueron estrepitosos fracasos comerciales. A diez años de su último concierto, el grupo vuelve con un puñado de shows y la reedición en vinilo de sus primeros álbumes. “Todavía le debo un millón de dólares a mi antiguo sello” dice Dean Wareham, su líder. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Junio del 2015)
En 1987, Dean Wareham (51) formó Galaxie 500 junto a dos compañeros de la Universidad de Harvard. Con sus canciones minimalistas y guitarras llenas de eco, el trío se transformó en una referencia pivotal del underground estadounidense y anticipó al auge de subgéneros alternativos como el shoegaze de los 90. Sin embargo, eso no les alcanzó para vender muchos discos ni menos para llamar la atención de los ejecutivos de las grandes discográficas. En tiempos donde la industria todavía era monopolizada por los sellos multinacionales y MTV, Wareham iniciaba un derrotero muy lejano a la fantasía adolescente que implica ser una estrella de rock.
“Montamos un concierto en Nueva York para Gary Gersh (el manager y ejecutivo de la multinacional Geffen), pero nos llamó en el último momento: estaba ocupado con Peter Gabriel en el estudio, dando los últimos toques a una mezcla”, cuenta Wareham en un pasaje de “Postales negras”, su libro de memorias. “Gersh vino a vernos un mes después a Boston (…) Y cuando Damon (Krukowski, baterista de la banda) llegó a casa por la noche, se encontró un mensaje en su contestador. Gersh no podía quedar para desayunar con nosotros. No le habíamos gustado tanto. Decidió fichar a otro trío: Nirvana”.
A pesar de su influencia en centenares de rockeros independientes, la historia de Wareham es la de un artista que nunca estuvo en el lugar y momento correcto para lograr un reconocimiento unánime. Tras abandonar Galaxie 500, este músico de origen neozelandés formó Luna, una banda que la revista Rolling Stone definió como “la mejor banda de la que nunca has escuchado hablar”. La misma publicación ubicó a su disco “Penthouse” (1995) entre los 100 álbumes esenciales de esa década y su sonido le valió admiradores de la talla de Lou Reed. Sin ir más lejos, en 1993 el cantante de “Perfect day” eligió a Luna para ser los teloneros de la gira europea de regreso de The Velvet Underground y, luego, para su tour solista de 1996.
Sin embargo, los discos de Luna fueron rotundos fracasos comerciales y, ante su imposibilidad de atraer una audiencia mayor, su sello Elektra Records optó por desecharlos. Tras siete álbumes de estudio, la banda se separó el 2005 y Wareham volcó sus inquietudes en múltiples proyectos. Fundó el dúo Dean & Britta —junto a su actual esposa y también bajista de Luna, Britta Phillips—, editó un álbum solista homónimo, escribió sus memorias y, hace algunos años, fue convocado para musicalizar varias películas de Andy Warhol.
Diez años después del último concierto de la banda, el legado de Luna volvió a tomar vigencia. En septiembre próximo, el sello neoyorquino Captured Tracks editará sus primeros cinco discos en vinilo, varios de los cuales nunca habían sido lanzados en ese formato, además de un box set con rarezas. Además, la banda se reunió para dar un puñado de conciertos: previo a una gira por España, el retorno oficial del grupo fue el 13 de abril en el club “The Echo” de Los Ángeles (California).
“Es un club pequeño, no caben más de 350 personas, pero nunca había vendido un concierto en 17 minutos”, cuenta Wareham, al teléfono desde Los Ángeles. “Ser parte de una banda pone un montón de presión en la amistad. Hace una década, estábamos un poco enfermos de tocar las canciones cada noche y año tras año. Pero luego desapareces, tomas un descanso de diez años, vuelves y es una experiencia extrañamente emocional volver a interpretarlas”.
—¿Tienes una teoría que explique por qué Luna no fueron más populares?
“A algunos críticos les gustábamos y a otros no. Hacíamos discos en la era del grunge y lo que era grande en ese momento eran Pearl Jam y The Smashing Pumpkins. Honestamente, creo que nunca tuve la expectativa de convertirme en una gran estrella de rock. A algunas personas les gustaba mi voz, otros quizás la odiaban… probablemente (Luna) no era algo que ibas a poner en la radio y, en esa época, todo giraba en torno a eso. Tenías que competir con otras bandas de tu mismo sello: ellos (Elektra Records) tenían a Third Eye Blind y Better Than Ezra, dos grupos que tenían hits. A mí no me gustaban, pero eran mucho más rentables para Elektra”.
Una historia sin glamour
Si la mayoría de las autobiografías de rock son compendios de excesos, sexo promiscuo y rara vez son escritas por sus protagonistas, “Postales negras” —las memorias de Wareham publicadas en castellano por la editorial “Libros de Ruido”— relatan con brutal honestidad el lado menos glamoroso y más duro de una banda indie. Una historia que habla de interminables viajes en camioneta, luchas de ego entre sus integrantes y deudas gigantescas con discográficas. “Todavía recibo cartas del contrato que teníamos con Elektra y les debo un millón de dólares (risas)”, cuenta. “No diría que es (un sistema) corrupto, pero esos contratos actuaban en contra del artista. Le cobraban todo al músico y, por otro lado, se aseguraban de que no tuvieran que pagarte más en el futuro”.
— En tu libro desmitificas el estatus de ser “indie” en los 80 y 90. Al final, no tenía que ver con una decisión romántica ni una declaración política, sino que era la única opción que les quedaba a bandas como ustedes.
“Sí, es verdad. Es posible que Inglaterra haya sido distinto, porque es un país más pequeño y muchas de las bandas independientes británicas terminaron firmando en sellos grandes americanos. Pero, en 1988, las bandas que tú escuchabas en las radios estadounidenses eran Bon Jovi y Huey Lewis. Los sellos independientes eran la única opción para grupos como Galaxie 500 de ser estrellas de rock. Supongo que todo eso cambió con Nirvana. Después el formato de radio de rock moderno se convirtió en un gran negocio e hizo todo muy competitivo. No sé si dañó al resto, pero ciertamente no nos ayudó».
—¿Cuáles son tus expectativas con este regreso? ¿Te gustaría grabar un nuevo disco con Luna?
“Oh, no, no quiero grabar un álbum nuevo. Ya hay suficientes en el mundo. Cuando las bandas vuelven y sacan discos nuevos, por alguna razón nunca los escucho. No he escuchado ninguno de los discos nuevos de los Buzzcocks o Wire (risas). Me gustaría seguir el ejemplo de (la banda neoyorquina) Television. Ellos solo hacen conciertos cuando estos tienen sentido, lo que ocurre unas pocas veces al año. A medida que envejeces, se vuelve más complicado: yo tengo un hijo y ya no puedes poner a girar tus días en torno a una banda. No quiero que esto tome el control de mi vida nuevamente”.
Palabras sin arrugas
El legado de Galaxie 500: “Supongo que resulta de gran interés para algunas bandas. A veces en el buen sentido y otras veces probablemente no. Hay algo muy triste en esos discos que atraen a adolescentes depresivos (risas). Estoy muy orgulloso de esos álbumes, pero la gente ama u odia a Galaxie 500. Hay algo muy emocional que conecta con la gente más joven. ¿Si volvería a reunir a la banda? No. La estructura del grupo —un trío, donde los otros dos integrantes son pareja— era muy incómoda e inequitativa. Sería como volver con la polola que tenía a los 16 años”.
Abajo el grunge: “No me gustaban la mayoría de las bandas. Me agradaba Kurt Cobain. No me gustaba su grupo, pero él sí. Me gustaban los Screaming Trees. Pero no me gustaba la ropa, ni la moda, ni tampoco la música. Antes de Nirvana y que se volviera algo grande, el grunge estaba en todos lados. No creo que haya surgido de Seattle, a pesar de que las bandas más famosas eran de allí. Había bandas en Boston que estaban haciendo la misma fusión de punk y metal”.
Un roadie furioso: “Cuando escribí el libro, alguien me advirtió que ‘las personas que se van enojar contigo no son tu ex esposa ni tu banda, sino personajes tangenciales con los que estuviste solo una vez en la vida’. Y eso era cierto. Hubo un par de personas que se pusieron muy furiosas. Hay un tipo al que definí como “el roadie más molesto del mundo” y, cada vez que lo veo, me quiere golpear. Si tuviera que hacerlo de nuevo, cambiaría su nombre en el texto”.
Sus favoritos de hoy: “Escucho bandas jóvenes, pero mi lista de diez favoritos siempre difiere de la que publica (el sitio web) Pitchfork. Me gusta la australiana Courtney Barnett (foto), ¿la conoces? También Cate Le Bon, una galesa que vive en Los Ángeles. Y me agradó mucho el último disco de The War On Drugs (‘Lost in the dream’)”.