Combatir la polución en Beijing, diseñar carreteras sin gastos energéticos y construir una ciclovía inspirada en Van Gogh. Esos son algunos de los proyectos del holandés Daan Roosegaarde, un visionario que encontró la forma de unir la tecnología y la poesía. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Febrero del 2015)
En las proximidades de Oss —una pequeña ciudad ubicada al suroeste de Ámsterdam— se extiende un tramo de carretera de 2 kilómetros sin faroles de iluminación. Aquí los autos siguen franjas de pintura verde brillante que iluminan los extremos del camino como si se tratara de una pista de aterrizaje para aviones. Su artífice es el artista y diseñador holandés Daan Roosegaarde, quien la llama “la autopista del futuro”. Inspirado en la bioluminiscencia de las medusas –animales marinos capaces de generar su propia luz—, Roosegaarde y su equipo crearon una pintura capaz de absorber la energía solar y liberar esa energía brillando en la noche por un tiempo máximo de ocho horas.
«Cuando hablamos de innovación y movilidad, todo el mundo se enfoca en los autos. Pero las carreteras determinan mucho más cómo lucen nuestras ciudades y suelen ser dejadas a un lado y a nadie le importan”, cuenta Roosegaarde a El Mercurio. “Eso es extraño, porque la cantidad de energía que ponemos en ellas es increíble, pero está completamente desconectada de cualquier tipo de pensamiento creativo. Ese fue el comienzo de todo: observar la naturaleza, ver qué podemos aprender de ella y cómo lo podemos implementar en el mundo actual”.
Para impulsar el proyecto, Roosegaarde convenció a Heijmans —una tradicional compañía holandesa del rubro de la construcción— para que olvidaran sus viejos esquemas conservadores y dieran un salto hacia la innovación. Según el diseñador, hoy está en conversaciones para llevar la idea a países como México, Canadá, China y Japón y los beneficios de la autopista inteligente abarcan dos agendas. Desde un punto de vista pragmático, traen más seguridad y eliminan las cuentas de luz. Pero también hay argumentos poéticos a favor. “La carretera genera identidad, es un lugar atractivo para ir con tu novio o novia por la noche y estimula a que la gente salga e interactúe, en vez de estar pegados a las malditas pantallas del iPhone todo el día”.
Seleccionado por la revista Forbes como uno de los principales “agentes de cambio creativo” del mundo, Roosegaarde lleva años pensando en las ciudades del futuro. El mes pasado fue uno de los invitados estelares al último Foro Económico Mundial, donde dictó una conferencia y expuso alguno de sus ideas que combinan tecnología y humanidad. Entre ellas, un dispositivo que ya está en funcionamiento en Beijing y que busca reducir los niveles de contaminación de la capital china. Basado en el principio de electricidad estática, construyó una torre de seis metros que succiona el aire sucio y lo transforma en aire limpio. El resultado es una burbuja de 50 x 50 metros donde el aire es un 75% más limpio que en el resto de la ciudad.
“Me encanta la tecnología y nos ayuda mucho como seres humanos pero, al mismo tiempo, tiene efectos secundarios que nunca imaginamos. Y la polución es uno de ellos”, afirma. “Hay políticas gubernamentales para reducir el smog, como usar menos autos, pero estas tomarán diez o quince años. Por eso se me ocurrió la idea de hacer un lugar donde la gente pueda sentir el futuro y respirar la diferencia. No es la solución para la ciudad entera, pero sí es un incentivo para que trabajemos juntos y resolvamos cómo hacer una ciudad completa libre de humo”.
Un mundo más poético
Cuando era niño, Roosegaarde nunca sintió que las ciudades de cemento fuesen un hogar cómodo. Por eso, solía ir afuera y jugar con la naturaleza: sus pasatiempos favoritos eran construir casas en los árboles e investigar sobre los animales. “Estaba muy acostumbrado a personalizar e interactuar con el mundo que estaba alrededor mío”, recuerda. “Cuando creces y vives en ciudades grandes, esta noción de alegría e interactividad suele desaparecer. Si ves los proyectos que hago, todos abrazan ese pensamiento. Esa es mi motivación personal: hacer un mundo un poco más poético y abierto”.
En la universidad, el holandés estaba muy conectado con el mundo de arte, haciendo esculturas y objetos de gran tamaño. Y junto a su colectivo “Studio Roosegaarde” empezó a hacer obras en espacios públicos. Un ejemplo fue “Dune”, una serie de “plantas” digitales que reaccionaban luminosamente a los sonidos y el paso de los transeúntes en un subterráneo de Rotterdam. Además, creó una pista de baile sustentable que genera electricidad con el movimiento, proyectó un arcoíris en la Estación Central de Ámsterdam y diseñó una ciclovía con piedras brillantes en Eindhoven. Esta última está inspirada en el cuadro “La noche estrellada” de Vincent Van Gogh, quien vivió en esa región en el siglo XIX.
“¿De dónde vienen mis ideas? No tengo la menor idea”, dice Roosegaarde, entre risas. “Todo comienza con una obsesión y un deseo de mejorar la vida. Los sistemas antiguos están colapsando en términos de cómo lidiamos con la economía y la energía. Pero, como seres humanos, tenemos la habilidad de inventar y crear cosas nuevas. Esto difiere según mis intereses personales: a veces estoy interesado en la moda, otras en la movilidad y otras en el aire limpio. Al comienzo no sé nada de esos temas, pero trato de convertirse un experto. Y, para eso, me uno a otras personas —científicos, ingenieros—, trabajo con ellos y pensamos en cómo se vería el futuro”.
—¿Qué ciudades te gustaría intervenir más adelante?
«Me gustan esas selvas brutales de cemento como Sao Paulo o Yakarta. Ver como puedes hacer poesía a partir de un problema es un desafío increíblemente grande. El horror de hoy es que todas las ciudades son iguales, se han vuelto completamente genéricas y eso es una degradación. Estamos forzados a ser creativos de nuevo y repensar un montón de cosas que habíamos dado por sentadas por mucho tiempo. Y el Gobierno no puede dar todas las respuestas. Está en manos de los diseñadores llegar con nuevas propuestas, los emprendedores deben evolucionar hacia nuevos mercados y el Gobierno debe tener una visión de cómo debe ser la ciudad. Estos grupos deberían unirse y dar el impulso. No es fácil, pero sí muy necesario».