El regreso de la banda peruana que se adelantó al punk

A mediados de los’60, Los Saicos escribieron una de las páginas más sorprendentes del rock latinoamericano. Medio siglo después, la banda volvió a reunirse y su legado inspira reediciones, documentales y convoca a una fanaticada cada vez más joven. Guillermo Tupper.

(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Abril del 2014)

A comienzos de los’60, César «Papi» Castrillón recorría incansablemente las esquinas de Lince, un barrio de clase media de Lima. Por ese entonces, era parte de «Los Cometas», una pandilla callejera cuyo pasatiempo favorito era fumar, beber y organizar carreras de autos. Mientras muchos jóvenes peruanos seguían el arquetipo de James Dean en «Rebelde sin causa», a él le cambió la vida descubrir a Elvis Presley. «Cuando lo escuché, mi cuerpo se puso a bailar y dejé crecer mi pelo», recuerda. «Las casacas negras eran mi identidad, al igual que los pantalones pegados, las botas y el clásico caminar rockero».

Fue en esas mismas esquinas donde Castrillón decidió formar una banda con sus amigos. Era un paso lógico en su objetivo de ser los más populares del barrio y seducir a las chicas más guapas. Por ese entonces, Lima era el epicentro de un montón de grupos que, alentados por la revolución del rock and roll, imitaban a sus referentes anglosajones. «En ese tiempo era muy cool cantar en inglés, pero nosotros no entendíamos lo que decían los Beatles, la identificación era muy pobre», dice. «Como solo tocábamos tres notas, decidimos hacer nuestras propias canciones y cantar en español. Lo que no supimos es que estábamos creando un estilo virgen».

los-saicos-munster-single-fAsí fue como nacieron Los Saicos, un cuarteto peruano que escribió una de las páginas más transgresoras y sorprendentes del rock latinoamericano. Mientras la mayoría de sus contemporáneos seguían haciendo covers, el grupo dio vida a canciones originales y un sonido crudo y salvaje que escapó a cualquier etiqueta. En apenas dos años de existencia llenaron teatros, sonaron en todas las radios incaicas y dejaron como único legado seis sencillos. Entre ellos, un himno garage llamado «Demolición», cuyo coro era un contagioso aullido de pura rabia y ritmo: «Demoler, demoler, la estación del tren».

Tras la ruptura, sus integrantes se alejaron de la música (su vocalista, Erwin Flores, estudió física y llegó a trabajar en la NASA). Pero su culto fue creciendo de manera subterránea: en los’80 fueron reivindicados por la movida punk peruana y en 1999 un sello español publicó un compilado de sus antiguas grabaciones bajo el título de «Wild Teen Punk from Perú’65». Suficiente como para que su fama se expandiera a otras latitudes y cautivara a nuevos fans ansiosos de alimentar la leyenda. Casi medio siglo después, sus tres miembros sobrevivientes volvieron a subir a los escenarios y una nueva generación los descubrió como uno de los pioneros que pusieron la semilla del punk en el mundo.

 

«La palabra ‘punk’ no existía por aquel entonces», dice Castrillón, bajista de la banda y segunda voz. «Me siento cercano al estilo en la forma de manejar el instrumento, donde me parece que la música no es muy clara. Quizás el término más apropiado es proto-punk, porque nos salimos del rock con nuevas ideas. Algo que, en ese momento, no sabíamos».

El regreso

erwin papi y pancho en Lima Vive Rock

(Foto: Diego R. Miranda)

El fugaz paso de Los Saicos encarna como pocos la máxima rockera de «vive rápido, muere joven». El’64, su vocalista Erwin Flores trajo su primera guitarra desde Brasil. El ’65 ya habían lanzado la mayoría de sus singles. Y para el ’66 se separaron de un día para otro. ¿La razón? «Se nos acabó la creación, nos volvimos conformistas», admite Castrillón, cuya voz grave y profunda le valió elogios de la mismísima Estela Raval. «De ahí en adelante, nunca más volví a escuchar a los Saicos», admite. «Ni mi familia sabía que había tocado en una banda de rock. No quería que supieran».

La reedición española hizo renacer un mito alimentado por décadas a través de grabaciones piratas y cautivó a fans tan distintos como Lux Interior, vocalista de The Cramps, y los mexicanos Café Tacuba. Y el carácter agresivo de sus canciones las hizo inmunes al paso del tiempo. Cuando volvieron a juntarse, Castrillón se encontró con que el público que asistía a los shows eran puros universitarios. «Fuimos a tocar a España. Pensé encontrar gente mayor, pero todos eran jóvenes entre 20 y 35 años», cuenta. «Cuando canté «Ana», todos conocían la letra y la cantaban conmigo. Creo que son bromas del destino que se divierte con nosotros».

El legado de Los Saicos está lejos de perder vigencia. El año pasado, el popular sitio Noisey editó un mini-documental del grupo que incluye entrevistas a admiradores como el historiador Legs McNeil y bandas jóvenes como los Black Lips. Y desde el 2006 el barrio limeño de Lince atesora una placa conmemorativa en honor al grupo. Son las mismas calles que Castrillón recorría hace medio siglo, cuando soñaba con ser como Elvis. Hoy, con cuatro hijos y doce nietos, vive una inesperada segunda vida como rockero. «Mis nuevos amigos son jóvenes y Los Saicos estamos llenos de vanidad, así que las peleas nos alimentan el espíritu», confiesa. «Hoy soy un Saico por segunda vez. Cuando lo pienso, no quiero despertar de este sueño».

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