Esta joven chilena es una de las mayores exponentes de la taxidermia, una técnica donde combina su pasión por la ciencia, los animales y las artes visuales. Hoy trabaja en uno de los museos más importantes de Francia y fue la elegida para restaurar la colección de colibríes de una de las familias más ricas del mundo. «Es un acto de amor y homenaje», dice acerca de su disciplina. Guillermo Tupper.
(Artículo publicado en el cuerpo Vidactual de El Mercurio. Abril del 2014)
Cuando era niña, el panorama favorito de Florencia Grisanti (31, artista plástica) era viajar al campo de su papá en Rapel. Y, cada vez que el lago artificial bajaba su cota, podía ver con claridad los vestigios de un antiguo pueblo emplazado en ese lugar y que permanecía enterrado bajo el agua. Obsesionada con esa idea fantástica, empezó a recolectar los desechos que el embalse arrastraba a la orilla. «Mi primera colección fue de zapatos. Obviamente no tenían nada que ver con la historia de la ciudad pero, en mi cabeza, eran los zapatos de sus habitantes», recuerda. «Y la segunda colección fue de huevos de pájaro. Desde muy chica tuve esa fascinación por el objeto y su historia. Era una relación muy arqueológica».
Cuando salió de la universidad, Grisanti ideó una pieza donde era necesario aprender a conservar un cadáver animal. Se trataba de «Taca-Taca», una obra que reemplazaba los típicos jugadores por ratas de laboratorio y cuestionaba la relación de los citadinos con los animales silvestres y la naturaleza. «El proceso de creación de ese proyecto empezó con mi llegada al Museo de Historia Natural de Santiago, un lugar al que nunca me habían llevado cuando chica», cuenta. «Un día toqué la puerta y llevé un gorrión que yo misma había embalsamado. Entré a ese lugar, lleno de animales y vitrinas, y dije: ‘aquí me quiero quedar’. Y me quedé durante cinco años».
En el museo, Grisanti aprendió el oficio de la taxidermia, un arte que consiste en «preparar» químicamente la piel de un animal y reemplazar el contenido orgánico de su cuerpo por un modelo sintético, con el fin de otorgarle una apariencia viva. Si bien es una técnica que se desarrolla principalmente en museos con fines científicos, Florencia la combina con las artes visuales, una vertiente que gana cada vez más adeptos. Por estos días, su trabajo se puede ver en dos exposiciones europeas. La primera es «La Noche», una muestra del Museo de Historia Natural de París y que reúne a más de 350 ejemplares de animales de actividad nocturna mostrados en su hábitat. Y la segunda, una colección de 239 colibríes perteneciente a la Baronesa Ariane de Rothschild, que la chilena restauró en su totalidad para su exhibición en Ginebra.
«A mí lo que me fascina de esto es que, probablemente, nunca en la vida voy a tener la posibilidad de poder tocar a un felino salvaje como lo hago en estas circunstancias», reconoce. «Hay algo del límite entre un humano y un animal que se desvanece completamente. Y, una vez que lo empiezas a diseccionar, hay todo un universo de revelación. A través de su anatomía, entiendes cómo funciona».
Murciélagos y serpientes
Tras varios años trabajando como taxidermista en Santiago, Grisanti se dio cuenta que necesitaba «entrar en crisis» en su vida. Y, hace cuatro años, tomó una decisión radical. «Me fui a París de loca, porque me enamoré de alguien que vivía allá», cuenta. «Al principio, fue muy duro. Decidí irme sin ningún proyecto y apenas hablaba francés».
Un día, mientras paseaba por la ciudad, se topó con una tienda de animales naturalizados. Fue como una señal del destino: la persona que atendía hablaba español y le dio el teléfono del taxidermista del Museo de Historia Natural en París. «Me demoré como nueve meses en llamarlo», cuenta. «Y cuando fui, me encontré con otro mundo. El museo está ubicado en un parque que es la cuna de las ciencias naturales y en sus reservas había más de 8 millones de animales embalsamados. Y se me despertó de nuevo el bichito por estar ahí».
Grisanti entró a trabajar como practicante y, a los pocos meses, su técnica ya había cautivado a sus jefes. Así se convirtió en una de las artífices de «La Noche», la flamante exposición del museo parisino inaugurada en febrero y que muestra los hábitos de centenares de animales diurnos y nocturnos cuando se esconde el sol. La artista chilena no solo se encargó de los nuevos montajes, sino que trabajó con sus dos animales favoritos: los murciélagos y las serpientes. Entre ellas, una boa de casi seis metros, a la que tuvo que reconstituir porque su cabeza estaba incompleta. «Los murciélagos reúnen las mejores cualidades de todos los reinos de la naturaleza», asegura. «Con la serpiente, en cambio, por primera vez tuve la sensación de estar tocando un cuerpo que era totalmente ajeno al mío. Son seres de otro planeta».
El sello de la taxidermista también quedó impreso en el muestrario de colibríes de la baronesa Rothschild, una de las colecciones privadas más completas del mundo y que sobrevivió a varias guerras y abandonos desde el siglo XIX. Grisanti la restauró con una técnica inspirada en la utilería de los relojeros y dicho proceso quedó registrado en «Huitzilin», un video/documental que se puede ver en el sitio vimeo.com y la propia exhibición de los Rothschild en Ginebra. «La taxidermia se puede entender como la manifestación de un deseo muy humano de preservar una memoria», concluye. «Finalmente, es un acto de amor y un homenaje hacia el animal».
hola soy taxidermista y es lindo la taxidermia mi facebook animalesdisecados2013@hotmail.com gracias taxidemia wilian