El cantante y multiinstrumentista chileno presenta este fin de semana en Concepción y Santiago su tercer disco, Los espejos, y discute la etiqueta que suelen ponerle encima: folk. «¿Qué es eso de folk? Díganle folclor, si quieren definirlo bien», dice.
(Texto publicado en Zona de Contacto, Wikén y Emol. Mayo del 2009)
El ejercicio es simple: para escuchar (y entender) el último disco de Fernando “Nano” Stern(24) hay que empezar del principio. Específicamente desde su carátula: un impactante retrato de él mismo adornado de colores psicodélicos, con una silueta mezcla entre Jesucristo y David Gilmour, y los ojos recortados. Lo primero que uno ve en esos dos espacios es el disco, que lleva por nombre Los espejos. Y, al poner play, lo que suena es una descarnada pieza a pura guitarra y voz, llamada Ópticas ilusiones, cuya frase de partida es: “mira dentro de mis ojos /mira qué es lo que se ve/ ves acaso tu mirada/ reflejándote al revés”.
“La historia de Los Espejos comienza mucho antes que mi primer disco. Incluso antes que escribiera una canción en mi vida”, cuenta Stern. “Empieza con una cosa que me dijo mi papá poco antes de morir enfermo. Me dijo que le daba lo mismo qué iba a ser en mi vida, si ingeniero, arquitecto o músico. ‘Lo único que me importaba’, me dijo, ‘es que cuando te mires al espejo cada día, veas el reflejo de un hombre feliz’. Y de eso se trata este disco. Es un mandamiento no menor, pero fascinante: tener la obligación sanguínea de ser feliz pero, por sobre todo, de ser honesto”.
Esa búsqueda fue la queStern comenzó hace ya cinco años, cuando dejó botados los estudios de composición en la universidad para irse aAlemania a tocar en las calles. Con 19 años, tomó la decisión de recorrer el planeta mostrando sus canciones y conociendo de primera fuente el folclor de países tan extraños comoEstonia o Macedonia. El resto es historia conocida: sus dos primeros discos –emparentados con la mejor tradición de la trova y la raíz latinoamericana- funcionaban casi como bitácoras de viaje, repletos de invitados, referencias a amores pasajeros y lugares exóticos del otro lado del Atlántico. Pero las canciones de Los espejos hablan del lado opuesto de la moneda: de despertarse solo, en un país desconocido, lejos de los afectos y casi como un expatriado.
“En este disco, al menos diez de las doce canciones hablan directamente de eso. Y todas tienen que ver con esa búsqueda. Es un disco muy crudo a ratos, pero también muy feliz en otros. Hay muchos momentos de carnaval, pero también de odio hacia uno mismo, de desapego y decepción. Todo forma parte de la necesidad de ser súper honesto, a riesgo de romper la imagen externa de que la vida es un gran regalo (risas). Ahora tengo la seguridad suficiente como para expresarlo”.
La historia de Los Espejos se remonta a mediados del año pasado, justo cuando Nano Sternestaba embarcado en uno de sus proyectos más ambiciosos: realizar una gira desdeChina a Rusia por el Transiberiano, con una banda de apoyo de catorce músicos. Sin embargo, tres semanas antes de partir, el plan se cayó. ¿La razón? El terremoto grado 7,8 que asoló China y dejó 10 mil muertos. “El epicentro fue al sudoeste del país, justo donde se organizaba el festival que nos financiaba todo el viaje. Finalmente, sólo hicimos la parte delBáltico y el oeste de Rusia”, recuerda.
Varados en Filipinas, Stern y algunos miembros del grupo recibieron una invitación para hacer una gira por la India. “Nos fuimos muy a riesgo, porque yo no tengo seguro de salud. Y tampoco teníamos mucho tiempo, porque llegábamos en dos semanas y las vacunas contra el cólera hacen efecto en un mes y medio. Pero encontramos unos pasajes ridículamente baratos y entonces fue ‘ya pos, démosle’. Y el viaje fue una experiencia fuertísima”.
Durante un mes, Stern vivió en la India con agenda a tiempo completo: hizo talleres por pueblos chicos, organizó conciertos en colegios e, incluso, asistió a una academia de arte en elTíbet. Todo, sin pasar una noche en hoteles, sino en casa de músicos que iba conociendo en el camino. “Este disco tiene una influencia vocal muy fuerte de la música hindú. Me carga usar la palabra étnica, pero tiene muchas influencias de músicas tradicionales. Está lleno de esos detalles”. Así nacieron temas como Mal de altura y Por tí, que incluye uno de los instrumentos más raros descubiertos por Stern: la “flauta de sauce”, fabricada con la corteza del árbol y que sólo se puede tocar en primavera antes de que se eche a perder.
“La música clásica de la India todavía funciona bajo un sistema de castas, en el cual no todos pueden tocar de todo. Tuve la oportunidad de compartir con familias que tocaban con el mismo cítar de hace ochocientos años. O sea, ¡el mismo que tenía su tatara-tatarabuelo!. Es una tradición viva y, cuando lo tocan, es la energía de quince generaciones resumida en una sola persona”.
Lo que más sorprende del disco es la crudeza de sus letras. En “Canto al aire” hablas del “desapego no me alcanza para más/ no me acostumbro a darme cuenta que no estás”. Hablas de la pérdida, del desarraigo…
Sí, tiene que ver con todo eso. Llevo tanto tiempo viajando de un lado a otro, que hay muchas personas y cosas que quedan. Es un disco súper terapéutico, más que todos los anteriores. Me tocó en un momento en que estaba menos inocente y encantado con la vida. No es un disco enamorado, sino introspectivo. “Voy y vuelvo” era un diario de un viaje con todos los personajes que iban apareciendo, muchas mujeres y momentos románticos. En este disco no. Hay lo que queda después de eso. Hay dos temas en el disco que tienen que ver con la pena de despertarte en la mañana y estai pa’ la cagada porque te falta eso. Es mi rollo particular, porque estoy todo el tiempo en gira.
En el fondo, estás todo el tiempo viajando, pero en términos afectivos debes vivir en una inestabilidad permanente. ¿No te dan ganas de sentar cabeza y bajar las revoluciones?
– Sí, todo el rato. Pero la necesidad de aprender y vivir esto ahora es más fuerte. Tengo 24 años recién cumplidos y para asentarse y construir familia me queda toda la vida. Para hacer esto, no. Si tengo la posibilidad de que me inviten a viajar por el mundo, conocer gente nueva y aprender otras cosas –no lo que está ocurriendo acá en Chile, sino en el mundo – tengo que hacerlo. Yo no me veo a este ritmo a los 48, porque tiene un desgaste físico terrible. Pero si pasado mañana sale un show en Japón, ¿cómo me voy a quejar? Mientras me dure la energía, todo bien.
FOLCLOR V/S FOLK
La grabación del nuevo disco fue apenas un pequeño paréntesis dentro de la agenda recargada de Stern. Un itinerario que marea de sólo escucharlo: en los últimos seis meses, hizo una gira solista por Escandinavia, fundó Folkoholics –un dúo con el acordeonista y titiritero Matija Solce-y participó como director de orquesta de Ethno,una organización que convoca una serie de encuentros mundiales donde un centenar de jóvenes se reúne a tocar música tradicionales de sus países.
Hace pocas semanas volvió de Australia, donde realizó 30 shows en dos meses, casi todos a tablero vuelto, y acaba de lanzar Otoñal, un disco a dúo con el guitarrista sueco Mattias Perez, que es una fusión de folclor latinoamericano y folclor escandinavo. “Es algo que acá nadie tiene idea ni tampoco lo comento mucho, pero está editado por un sello sueco y se vende en las tiendas. No tiene sentido publicarlos acá, porque a nadie le interesa. Por eso todo este rollo de dar entrevistas me aburre tanto. La verdad, no me importa ni un poco. Yo disfruto arriba del escenario, pero cuando me bajo también”.
Una prueba de esto último ocurrió el viernes pasado, cuando Nano subió con su violín al escenario del Cine Arte Normandie y acompañó a Chinoy para tocar Para la pena no y Klara, el primer single del próximo disco del santantonino. Una nueva excusa para caer en un tema ineludible: la nueva camada de cantautores chilenos que lo tiene como uno de sus principales referentes. Una asociación que le “hincha las pelotas” cada vez más.
“Tengo la suerte de estar en un momento histórico donde mucha gente está componiendo y tiene un rollo de cantautoría importante. Obviamente, Manuel (García) y Chinoy son tipos de los que hablo siempre y estamos metidos en un círculo común. Todos somos amigos, hemos dormido en la casa del otro varias veces y escribimos canciones juntos, más allá del hype que se generó alrededor. Pero, cuando me voy de Chile, paso policía internacional y me saco una mochila de encima. Acá hay un peso enorme generado por la estupidez del medio y esa necesidad de responder todo el tiempo al estereotipo del folkish”.
¿Qué es lo que más te molesta?
– Soy súper escéptico frente a cualquier etiqueta. Si escuchas mis discos o los de otra gente, hacemos bastante más cosas que cantar versiones de la Nueva Canción Chilena con guitarra. Y, además, ¿qué mierda es eso de folk? Díganle folclor, si quieren definirlo bien. Folk es Bob Dylan,que en su momento modernizó el folclor gringo que venía del blues y la balada escocesa o irlandesa. Pero acá es un término importado y absolutamente snob.
La gente le tiene miedo a hablar de folclor. A mí me encanta tocar el folclor chileno, latinoamericano, ruso, macedonio, hindú, etc. Es una palabra hermosa porque significa “canción de la gente”, es decir, música que no pasa por ningún filtro y nace en contextos únicos. Pero si la dices en Chile, es como “uf, no, pasado a zampoña, demasiado lana”. Entonces, se produce una connotación charcha y hablamos de folk, que suena mucho más taquilla.
Más allá de las etiquetas, lo que es claro es que caíste en un momento donde empezaron a salir muchos cantautores. ¿A qué crees que se debe ese fenómeno?
– Yo creo que el mundo está saturado de idioteces y hay mucha gente que se da cuenta y necesita algo con un poco más de verdad. Es cuático ver el bombardeo de los medios con productos como suplemento cultural. Hay gente tratando de “venderte” cultura y, por otro lado, gente con la necesidad real de comunicar y hacer arte. Y, aparentemente, hay público dispuesto a recibir eso, sin ninguna parafernalia de por medio. ¿Cómo se llamaba ese hit que decía “yo sólo quiero sonar en la radio/para ganar mi primer millón”?
“Mi primer millón” de Bacilos…
– Ahí hay un ejemplo. Tampoco me quiero ir en la volada de “los huevones imbéciles”, pero me da pena que esa sea la motivación. O sea, ¡que la canción se trate de eso! Bien por ti, pero a mí me importa un carajo y estoy seguro que a mucha gente también.
Entonces, es bueno que exista un espacio, aunque siga siendo muy reducido. Con esta camada de cantautores, todo el mundo dice que “está pasando algo” pero siempre es dentro del mismo círculo. Por eso son tan importantes gestos como el de (Fernando) Ubiergo de subirse a la Quinta Vergara y mandarnos saludos con nombre y apellido. Era como “aquí deberían estar, no en un blog en Internet”. Si al final, es muy bacán salir en Rolling Stone, pero ¿cuánta gente lee la revista?
El año pasado te hicimos un reportaje en la Zonay se llenó de comentarios de personas que cuestionaban tu origen social para hacer folclor. ¿Cómo tomas ese resentimiento?
– Siendo muy honesto, me da mucha pena. Podría quebrarme, como he visto a muchos cercanos tratando de responder esta pregunta, pero no. Viéndolo desde afuera, igual estamos en un país que tiene una historia reciente muy dura. Yo tampoco me hago el huevón y, cuando me miro al espejo, sé que tengo el pelo un poco más rubio y medio pinta de gringo. Pero, ¿qué tiene que ver eso con la música?
No voy a darme la lata de responderle a todos, pero creo que llegó la hora de cambiar un poco ese rollo. No en el sentido de dejar todo atrás y olvidar, porque hay muchas cosas no se han resuelto. Pero eso claramente no me corresponde a mí, que ni siquiera había nacido por aquel entonces.
Igual tengo la impresión que ese prejuicio viene de gente más vieja que, por ejemplo, fue contemporánea a la Nueva Canción Chilena. La gente que va a tus shows no tiene ese rollo…
– Ojalá que no se traspase. Lo bueno es que a mis conciertos llega todo tipo de gente. Pero estoy seguro que esto va a volver a pasar: los que critican no saben que el sonidista de mi banda es el hijo de Max Berrú y vivió con Inti Illimanitoda su vida. O que en Alemania toqué con Ortiga, una banda de fusión que tocó con Quilapayún.Y, al mismo tiempo, fui alSantiago College, que es el colegio más cuico que te puedas imaginar. Entonces las cosas no son tan blanco y negro.
Al final, te conviertes en un foco de exorcismo de todos los rollos que existen en Chile. Y la gente que descalifica sin fundamentos caen en lo mismo que odian: el clasismo. Ahí es cuando cierro la puerta y digo “váyanse a la chucha”.
Tienes 24 años y ya cuentas con tres discos. ¿No te da miedo asumirte como cantautor cuando eres tan chico?
– A veces, escucho las letras del primer disco y me da vergüenza. No porque sean malas, sino porque reflejan un momento que ya pasó. Pero, en su minuto, eran mi verdad absoluta. Es el riesgo de hacer un disco, que es una foto instantánea tuya de ese período.
Cantar y escribir canciones son cosas que están presentes en mi vida a diario. En otros países y otro contexto de repente me entrevistan y dicen “qué interesante tu trabajo como intérprete”. Incluso a veces giro con bandas como violinista y es interesante desempeñarse en otras áreas. Pero no es lo que yo más siento. Soy realmente muy pegado, estoy todo el día componiendo y hacer música es una necesidad inevitable. Lo mejor de Los Espejos es que no es necesaria esta entrevista o describir con palabras de qué se trata. El disco es tan directo que basta escucharlo y ya tienes la respuesta.
¿Y qué viene después del lanzamiento? ¿Volver a la ruta?
-Es divertido, porque para todo el mundo este va a ser “el nuevo disco de Nano Stern. Pero, para mí, ya es el disco viejo. Ya está, ya lo terminé. Esta semana llegan las copias y se acabó. Ahora voy a hacer unos conciertos para presentarlo, pero nada más. Y así es siempre. Lo bueno es que ya existe el disco y no este rollo adentro mío. Ya dije todo lo que tenía que decir. Ahora le toca al resto resonarlo.